Página 304 - La Historia de la Redenci

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La Historia de la Redención
gracia perdonadora deseaban contemplar a Aquel a quien sus almas
amaban.
Desilusionados pero no abandonados
Pero nuevamente tendrían que soportar una desilusión. El tiempo
de espera pasó, y el Salvador no vino. Con inconmovible confianza
habían esperado su venida, y ahora se sentían como María cuando
al llegar a la tumba del Salvador y al encontrarla vacía exclamó: “Se
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han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto”.
Juan 20:13
.
Un sentimiento de temor, un miedo de que el mensaje pudiera
ser verdadero, sirvió por un tiempo para refrenar al mundo incrédulo.
Cuando pasó el tiempo ese miedo no desapareció inmediatamente;
no se atrevieron a manifestar su triunfo sobre los desilusionados,
pero como no vieron señales de la ira de Dios, se recuperaron de sus
temores y reiniciaron sus ataques y sus burlas. Una gran cantidad
de los que había profesado creer en el pronto retorno del Señor
renunció a su fe. Algunos, que habían tenido mucha confianza, se
sintieron tan profundamente heridos en su orgullo que les parecía
que lo mejor era huir del mundo. Como Jonás se quejaron de Dios,
y querían morir y no seguir viviendo. Los que habían basado su fe
en las opiniones de los demás y no en la Palabra del Señor, estaban
igualmente dispuestos ahora a cambiar de opinión. Los burladores
lograron que los débiles y cobardes se unieran a sus filas, y todos
se juntaron para afirmar que ya no había motivos para temer ni
esperar nada. El momento había pasado, el Señor no había venido, y
el mundo seguiría como siempre por miles de años más.
Los creyentes fervorosos y sinceros habían abandonado todo
por Cristo, y habían compartido su presencia como nunca antes.
Como creían que habían dado el último mensaje de amonestación
al mundo y esperaban que pronto serían recibidos para gozar de la
compañía de su divino Maestro y los ángeles del cielo, se habían
apartado en gran medida de la multitud incrédula. Con intenso
anhelo habían orado: “¡Ven, Señor Jesús, ven pronto!” Pero él no
había venido. Y ahora tener que aceptar la pesada carga nuevamente
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de los cuidados y perplejidades de la vida, y soportar las burlas de
un mundo escarnecedor, era sin duda una prueba terrible de fe y
paciencia.