Página 37 - La Historia de la Redenci

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La tentación y la caída
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el cual se los había advertido, y que de ser así, ella debía morir. La
mujer le aseguró que no sentía efectos dañinos sino una influencia
placentera, e insistió en que él comiera.
Adán comprendió perfectamente que su compañera había trans-
gredido la única prohibición que se les había hecho como prueba de
su fidelidad y su amor. Eva argumentó que la serpiente había dicho
que no morirían, y sus palabras debían ser verdaderas, porque no
sentía señales del desagrado de Dios, sino una influencia placentera,
como la que experimentaban los ángeles, según ella lo imaginaba.
Adán lamentó que Eva se hubiera apartado de su lado, pero ya
todo estaba hecho. Debía separarse de aquella cuya compañía tanto
amaba. ¿Cómo podía permitirlo? Su amor por Eva era intenso. Y
totalmente desanimado resolvió compartir su suerte. Razonaba que
Eva era parte de sí mismo, y si ella debía morir, moriría con ella,
porque no podía soportar el pensamiento de separarse de ella. Le
faltaba fe en su misericordioso y benevolente Creador. No se le
ocurrió que Dios, que lo había creado del polvo de la tierra para
hacer de él un ser viviente y hermoso, y había creado a Eva para
que fuera su compañera, la podía reemplazar. Después de todo, ¿no
podrían acaso ser correctas las palabras de esa sabia serpiente? Allí
estaba Eva ante él, tan encantadora y tan hermosa, y aparentemente
tan inocente como antes de desobedecer. Manifestaba mayor amor
por él que antes de su desobediencia, como consecuencia del fruto
que había comido. No vio en ella señales de muerte. Eva le había
hablado de la feliz influencia del fruto, de su ardiente amor por
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él, y decidió afrontar las consecuencias. Tomó el fruto y lo comió
rápidamente, y al igual que Eva no sintió inmediatamente sus efectos
perjudiciales.
La mujer creía que era capaz de discernir el bien y el mal. La li-
sonjera esperanza de alcanzar un nivel más elevado de conocimiento
la había inducido a pensar que la serpiente era su amiga especial,
que tenía gran interés en su bienestar. Si hubiera buscado a su es-
poso y ambos hubieran transmitido a su Hacedor las palabras de la
serpiente, habrían sido librados al instante de esa artera tentación. El
Señor no quería que averiguaran nada acerca del fruto del árbol del
conocimiento, porque en ese caso se verían expuestos a la astucia
de Satanás. Sabía que estarían perfectamente seguros si no tocaban
ese fruto.