Página 43 - La Historia de la Redenci

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El plan de salvación
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maestro, sería entregado en manos de los hombres, para soportar
casi toda la crueldad y el sufrimiento que Satanás y sus ángeles pu-
dieran inspirar a los impíos; que moriría la más cruel de las muertes,
colgado entre el cielo y la tierra, como un culpable pecador; que
sufriría terribles horas de agonía, que los mismos ángeles no serían
capaces de contemplar, pues velarían sus rostros para no verla. No
sólo sufriría de agonía corporal, sino de una agonía mental con la
cual la primera de ningún modo se podía comparar. El peso de los
pecados de todo el mundo recaería sobre él. Les dijo que moriría y
se levantaría de nuevo al tercer día, que ascendería a su Padre para
interceder por el hombre extraviado y culpable.
La única vía posible de salvación
Los ángeles se postraron delante de él. Ofrecieron sus vidas.
Jesús les dijo que mediante la suya salvaría a muchos, y que la de un
ángel no podía pagar esa deuda. Sólo su vida podía ser aceptada por
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su Padre como rescate en favor del hombre. Les dijo que desempe-
ñarían un papel, que estarían con él en diferentes oportunidades para
fortalecerlo; que tomaría la naturaleza caída del hombre, y que su
fortaleza ni siquiera se igualaría con la de ellos; que serían testigos
de su humillación y sus grandes sufrimientos; y que al verificarlos
y ver el odio de los hombres, se sentirían sacudidos por las más
profundas emociones, y por amor a él querrían rescatarlo y librarlo
de sus asesinos; pero que no debían interferir ni evitar nada de lo
que contemplaran; que desempeñarían una parte en ocasión de su
resurrección; que el plan de salvación había sido trazado, y que su
Padre lo aceptaba.
Con santa pesadumbre Jesús consoló y animó a los ángeles, y
les informó que después de estas cosas los que él redimiera estarían
con él, y que mediante su muerte rescataría a muchos y destruiría al
que tenía el poder de la muerte. Que su Padre le daría el reino y su
grandeza debajo de todos los cielos, y que lo poseería para siempre
jamás. Satanás y los pecadores serían destruidos, y no perturbarían
nunca más el cielo ni la nueva tierra purificada. Jesús encareció a la
hueste celestial que aceptara el plan que su Padre había aceptado,
y que se regocijaran en el hecho de que por medio de su muerte el