Página 61 - La Historia de la Redenci

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El diluvio
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descendió del cielo revestido de un resplandor semejante al de un
relámpago. Cerró la maciza puerta exterior, y emprendió de nuevo
su viaje rumbo al cielo.
La familia de Noé estuvo siete días en el arca antes que la lluvia
comenzara a descender sobre la tierra. En ese tiempo se prepararon
para su larga permanencia en ella mientras las aguas cubrieran la
tierra. Fueron días de blasfemas diversiones para la multitud incré-
dula. Puesto que la profecía de Noé no se cumplió inmediatamente
después de su entrada en el arca, ésta creía que el patriarca estaba
engañado y que era imposible que el mundo pudiera ser destruido
por un diluvio. Antes de eso no había habido lluvia sobre la tierra.
Una especie de vapor surgía de las aguas, que Dios hacía descen-
der de noche como rocío, para revitalizar la vegetación y hacerla
florecer.
A pesar de la solemne demostración del poder de Dios que habían
contemplado, de la inusitada presencia de los animales que venían
de los bosques y los campos en dirección del arca, del ángel de Dios
que descendió del cielo revestido de luz y terrible majestad para
cerrar la puerta, los impíos endurecieron su corazón y continuaron
divirtiéndose y mofándose de las manifestaciones del poder divino.
Se desata la tempestad
Pero al octavo día los cielos se oscurecieron. El rugido del trueno
y el vívido resplandor de los relámpagos comenzaron a aterrorizar a
hombres y animales. Desde las nubes la lluvia descendía sobre ellos.
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Era algo que no habían visto antes y sus corazones comenzaron a
desfallecer de temor. Los animales iban de un lado al otro presas
de salvaje terror, y sus alaridos discordantes parecían un lamento
que preanunciaba su propio destino y la suerte de los hombres.
La tormenta aumentó en violencia hasta que las aguas parecían
descender del cielo como tremendas cataratas. Los ríos se salieron de
madre y las aguas inundaron los valles. Los fundamentos del abismo
también se rompieron. Chorros de agua surgían de la tierra con
fuerza indescriptible, arrojando rocas macizas a cientos de metros
de altura, para luego caer y sepultarse en las profundidades de la
tierra.