Página 62 - La Historia de la Redenci

Basic HTML Version

58
La Historia de la Redención
La gente vio primero la destrucción de las obras de sus manos.
Sus espléndidos edificios, sus jardines y huertas tan hermosamente
arreglados, donde habían ubicado sus ídolos, fueron destruidos por
rayos del cielo. Sus ruinas se esparcieron por todas partes. Habían
erigido altares en los bosques, consagrados a sus imágenes, en los
cuales habían ofrecido sacrificios humanos. Lo que Dios detestaba
fue destruido ante ellos por la ira divina, y temblaron ante el poder
del Dios viviente, Hacedor de los cielos y la tierra, y se les hizo saber
que sus abominaciones y horribles sacrificios idolátricos habían
acarreado su destrucción.
La violencia de la tormenta aumentó, y entre la furia de los
elementos se escuchaban los lamentos de la gente que había despre-
ciado la autoridad de Dios. Arboles, edificios, rocas y tierra salían
disparados en todas direcciones. El terror de hombres y animales era
indescriptible. El mismo Satanás, obligado a permanecer en medio
de la furia de los elementos, temió por su vida. Se había deleitado
al dirigir a esa raza tan poderosa, y quería que viviera para poner
[70]
en práctica por medio de ella sus abominaciones, y aumentar su
rebelión contra el Dios del cielo. Profería imprecaciones contra Dios
acusándolo de injusticia y crueldad. Mucha gente, como Satanás,
blasfemaba contra el Señor, y si hubieran podido llevar a cabo los
propósitos de su rebelión, lo hubieran expulsado de su trono de
justicia.
Mientras muchos blasfemaban y maldecían a su Creador, otros,
con frenético temor, extendían las manos hacia el arca y rogaban
que se los dejara entrar. Pero eso era imposible. Dios había cerrado
la puerta, la única entrada, y dejó a Noé adentro y a los impíos
afuera. Sólo él podía abrir la puerta. El temor y el arrepentimiento
de esta gente se produjo demasiado tarde. Tuvieron que reconocer
que había un Dios viviente más poderoso que el hombre, a quien
habían desafiado y contra quien habían blasfemado. Lo invocaron
fervorosamente, pero el oído divino estaba cerrado a sus clamores.
Algunos, desesperados, trataron de entrar a la fuerza en el arca, pero
esa firme estructura resistió todos sus embates. Otros se aferraron a
ella hasta que los arrebató la furia de la corriente, o las rocas y los
árboles que volaban en todas direcciones.
Los que habían despreciado las advertencias de Noé y habían
ridiculizado al fiel predicador de la justicia, se arrepintieron de-