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La Historia de la Redención
una persona bien preparada para desviarlo. No obstante, con cuánta
prontitud y firmeza resistió. Sufrió por causa de su virtud y su in-
tegridad, porque la que quería desviarlo se vengó de la integridad
que no pudo derrotar, y gracias a su influencia lo envió a prisión,
acusándolo falsamente de un delito que no había cometido. José
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sufrió entonces porque no quiso claudicar. Había puesto su repu-
tación y sus intereses en las manos de Dios. Y aunque se permitió
que fuera afligido por cierto tiempo, para prepararlo con el fin de
que ocupara un puesto importante, el Señor protegió esa reputación
que había sido ensombrecida por una malvada acusadora, y más
tarde, a su debido tiempo, permitió que aquélla resplandeciera. Dios
usó incluso de la prisión como un camino que lo conduciría a su
elevación. La virtud proporcionará a su debido tiempo su propia
recompensa. El escudo que protegía el corazón de este joven era el
temor de Dios, que lo indujo a ser fiel y justo con su amo, y leal a su
Señor.
Aunque José fue exaltado y llegó a ocupar el cargo de gobernante
de toda la tierra, no se olvidó del Señor. Sabía que era extranjero en
tierra extraña, que estaba separado de su padre y de sus hermanos
que a menudo lo habían entristecido, pero creía firmemente que la
mano del Altísimo había dirigido todo para que ocupara un puesto
importante. A la par que dependía de Dios constantemente, cumplía
con fidelidad los deberes de su cargo como gobernador de la tierra
de Egipto.
José caminó con Dios. No permitió que se lo desviara de la
senda de la justicia para desobedecer la ley de Dios ni con halagos
ni con amenazas. Su dominio propio y su paciencia en la adversidad,
y su inalterable fidelidad, han quedado registrados para beneficio
de todos los que habrían de vivir más tarde sobre la tierra. Cuando
sus hermanos reconocieron su pecado en su presencia, los perdonó
ampliamente y manifestó mediante sus actos generosos y amantes
que no albergaba resentimiento por la forma cruel como lo habían
tratado previamente.
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Días de prosperidad
Los hijos de Israel no eran esclavos. Jamás habían vendido
ni su ganado, ni sus tierras, ni se habían vendido a sí mismos para