Página 60 - Liderazgo Cristiano (2003)

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Liderazgo Cristiano
a los Hnos. Butler y Haskell. Edades en ese momento: Butler, 52;
Haskell, 53).
El peligro de la exaltación propia
—“Ahora bien, mi hermano,
yo siento por usted el más profundo interés; sino fuera así, no le
habría escrito en la forma que lo hice. Pero en cuanto a mí, tengo
que ser fiel. Yo digo las cosas tal como son, y si bien yo quisiera que
todos en el sanatorio estuviesen unidos por lazos de perfecta unión,
sin embargo no quisiera esa clase y calidad de unión en la que usted
es cerebro y juicio para cada uno de ellos, y que ellos consideren
cada proposición y plan, cada palabra y acción suya como libre de
error c falta. En la multitud de consejeros hay seguridad. Dios no
quiere tener muchas mentes a la sombra de la mente de un hombre.
[54]
Dios ha dado a los hombres cerebros para que los usen, intelectos
para que los cultiven, y sean empleados para su gloria; él debe ser
el único que amolde, controle y forme las mentes según su propia
imagen.
“Los hombres son nada más que hombres, cualquiera que sea
su trabajo. Mientras mayor sea la responsabilidad de una posición,
más importante es que la persona que ocupa esa posición no reciba
más honores o ensalzamiento de lo que sea para su bien. El hecho
es que las personas son arruinadas por las alabanzas y los honores
que se les otorgan como si fuesen infalibles. Si bien se debe respetar
como corresponde a quienes Dios ha confiado talentos más que
comunes, ese hombre así investido de cualidades necesita andar más
humildemente y más estrechamente con Dios mientras progresa.
Toda la influencia que esas aptitudes le confieren, lo harán un hombre
mejor, más santo, más manso y humilde, o lo llevarán a pensar lo
que otros han pensado: ‘No soy un hombre común, y puedo hacer
cosas que otros no pueden hacer, y no pecaré’. Este es un error
común, pero es también un error destructivo. Tal hombre necesita
aprender diariamente importantes lecciones del más grande Maestro
que el mundo jamás haya conocido. Cristo tiene que morar en el
corazón de ese hombre, así como la sangre tiene que estar en el
cuerpo, circulando como un poder vivificante.
“No puedo ser más apremiante en cuanto a este asunto. No puedo
recalcar tan poderosamente como quisiera que usted no debería
confiar en sí mismo”.
Carta 7, 1886
, (26 de abril de 1886, a J. H.
Kellogg).