Página 183 - El Ministerio de la Bondad (1977)

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El cuidado de los huérfanos
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manera que él sienta que su tarea no es triste ni está desprovista de un
rayo de aliento. Vosotros, mi hermano y hermana, podéis regocijaros
en vuestra confianza mutua, podéis simpatizar el uno con el otro,
interesaros y distraeros mutuamente, y contaros vuestras pruebas
y aflicciones. Tenéis algo que os alegra, mientras que él está sólo.
Es un muchacho reflexivo, pero no tiene a nadie en quien confiar ni
quien le dé una palabra de ánimo en medio de sus desalentadoras
y duras pruebas, las cuales sé que tiene tanto como las personas de
edad más avanzada.
Si os encerráis vosotros mismos el uno en el otro, eso hará del
vuestro un amor egoísta, no acompañado por las bendiciones del
cielo. Tengo la más firme esperanza de que amaréis al huérfano por
amor de Cristo, que sentiréis que vuestras posesiones son completa-
mente inútiles si no son empleadas en hacer el bien. Haced el bien;
sed ricos en buenas obras, prontos para dar, con voluntad para com-
partir, atesorando para vosotros mismos un buen fundamento para
lo por venir, para que podáis echar mano de la vida eterna. Nadie
cosechará la recompensa de la vida eterna sino el que se sacrifica a
sí mismo. Un padre y una madre moribundos dejaron sus joyas al
cuidado de la iglesia, para que fueran instruidas en las cosas de Dios
y preparadas para el cielo. Cuando estos padres miren alrededor
buscando a sus amados, y encuentren que uno se ha perdido por
negligencia, ¿qué responderá la iglesia? Ella tiene en un alto grado
la responsabilidad por la salvación de estos niños huérfanos.
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Seguramente habéis fracasado en ganar la confianza del mucha-
cho y su afecto al no darle más pruebas tangibles de vuestro amor
al ofrecerle algunos alicientes. Si no podéis gastar dinero, podéis
al menos en alguna forma alentarlo haciéndole saber que no erais
indiferentes con su caso. Es un error que el amor y el afecto se
concentren en un solo lado. ¿Cuánto afecto estáis preparados para
manifestar? Estáis demasiado encerrados en vosotros mismos y no
sentís la necesidad de rodearos de una atmósfera de ternura y de-
licadeza, la cual proviene de una verdadera nobleza de alma. Los
hermanos F dejaron a sus hijos al cuidado de la iglesia. Tenían mu-
chos parientes ricos que querían a los niños; pero eran incrédulos, y
si los dejaban a su cuidado o que fueran tutores de los niños, podrían
descarriar sus corazones de la verdad al error y poner en peligro
su salvación. A causa de que a esos parientes no se les permitió el