Galardones presentes y eternos
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nosotros si no nos esforzamos. Si hemos de ganar la vida eterna,
debemos trabajar y trabajar fervientemente. ... No nos engañemos
por la afirmación que se repite con frecuencia: “Todo lo que tenéis
que hacer es creer”. La fe y las obras son dos remos que debemos
usar igualmente si hemos de abrirnos camino aguas arriba contra
la corriente de la incredulidad: “La fe si no tuviere obras es muerta
en sí misma”. El cristiano es un hombre de pensamiento y acción.
Su fe afirma sus raíces firmemente en Cristo. Mediante la fe y las
buenas obras mantiene su espiritualidad robusta y saludable, y su
fortaleza espiritual aumenta a medida que se esfuerza para efectuar
las obras de Dios.—
The Review and Herald, 11 de junio de 1901
.
Nuestras coronas pueden ser brillantes u opacas
—Aunque
no tenemos méritos en nosotros mismos, por la gran bondad y amor
de Dios somos recompensados como si los méritos fueran nuestros.
Cuando hayamos hecho todo el bien que sea posible hacer, seremos
todavía siervos inútiles. Hemos hecho solamente lo que era nuestro
deber. Lo que hemos logrado ha sido realizado únicamente por la
gracia de Cristo y ninguna recompensa se nos debe de parte de
Dios si se toman en cuenta nuestros méritos. Pero por medio de los
méritos de nuestro Salvador, cada promesa que el Señor ha hecho
se cumplirá y cada hombre será recompensado de acuerdo con sus
obras.
Las preciosas recompensas del futuro estarán en proporción con
la obra de fe y el trabajo de amor efectuados en la vida presente.
“El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que
siembra en bendiciones, en bendiciones también segará”. Debié-
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ramos estar muy agradecidos porque ahora durante un tiempo de
gracia, por medio de la misericordia infinita de Dios, se nos permite
sembrar la semilla de nuestra cosecha futura. Debiéramos conside-
rar cuidadosamente lo que será la cosecha. Si la corona de nuestro
regocijo eterno será brillante u opaca depende de nuestro propio pro-
ceder. Podemos hacer firme nuestra vocación y elección y entrar en
la posesión de la rica herencia, o podemos defraudarnos a nosotros
mismos del sobremanera abundante y eterno peso de gloria.—
Ibid.
27 de junio de 1893
.
Encontrarnos con aquellos salvados por nuestros esfuer-
zos
—Cuando los redimidos se hallen delante de Dios, preciosas
almas responderán a sus nombres que están allí debido a los fieles y