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El Ministerio de Curacion
Ricos y pobres, grandes y humildes, libres y esclavos, son la
heredad de Dios. Aquel que dió su vida para redimir al hombre ve
en cada ser humano un tesoro de valor inestimable. Por el misterio y
la gloria de la cruz podemos discernir qué valor atribuía él al alma.
Cuando lo hagamos, comprenderemos que los seres humanos, por
degradados que estén, costaron demasiado para que los tratemos con
frialdad o desprecio. Nos daremos cuenta de lo importante que es
trabajar en pro de nuestros semejantes para que puedan ser elevados
hasta el trono de Dios.
En la parábola del Salvador, aunque la dracma perdida estaba en
el polvo y la basura, no dejaba de ser una moneda de plata. Su dueña
la buscó porque tenía valor. Así también toda alma, por degradada
que esté por el pecado, es preciosa a la vista de Dios. Como la
moneda llevaba la imagen y la inscripción del monarca reinante,
así también el hombre cuando fué creado recibió la imagen y la
inscripción de Dios. Aunque empañada y deteriorada por el pecado,
el alma humana guarda aún vestigios de dicha inscripción. Dios
desea recuperar esta alma, y estampar nuevamente en ella su propia
imagen en justicia y santidad.
¡Cuán poco simpatizamos con Cristo en aquello que debiera ser
el lazo de unión más fuerte entre nosotros y él, esto es, la compasión
por los depravados, culpables y dolientes, que están muertos en
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delitos y pecados! La inhumanidad del hombre para con el hombre
es nuestro mayor pecado. Muchos se figuran que están representando
la justicia de Dios, mientras que dejan por completo de representar su
ternura y su gran amor. Muchas veces aquellos a quienes tratan con
aspereza y severidad están pasando por alguna violenta tentación.
Satanás se está ensañando en aquellas almas, y las palabras duras
y desapiadadas las desalientan y las hacen caer en las garras del
tentador.
Delicada cosa es tratar con las mentes. Sólo Aquel que lee en
el corazón sabe llevar a los hombres al arrepentimiento. Sólo su
sabiduría nos proporcionará éxito en alcanzar a los perdidos. Podéis
erguiros, imaginándoos ser más santos que ellos, y por acertado que
sea vuestro razonamiento o veraz vuestra palabra, no conmoverán
los corazones. El amor de Cristo, manifestado en palabras y obras,
se abrirá camino hasta el alma, cuando de nada valdría la reiteración
de preceptos y argumentos.