Página 111 - El Ministerio de Curacion (1959)

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Ayuda para los tentados
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Necesitamos más simpatía cristiana; y no simplemente simpatía
para con aquellos que nos parecen sin tacha, sino para con los pobres
y los que padecen, para con las almas que luchan y son muchas
veces sorprendidas en sus faltas, para con los que van pecando y
arrepintiéndose, los tentados y desalentados. Debemos allegarnos
a nuestros semejantes, conmovidos, como nuestro misericordioso
Sumo Sacerdote, por sus flaquezas.
Era el desechado, el publicano y el pecador, el despreciado de
las naciones, a quien Cristo llamaba, y a quien su ternura amorosa
apremiaba para que acudiese a él. La única clase de gente a quien él
nunca quiso favorecer era la de los que se engreían por amor propio,
y menospreciaban a los demás.
“Vé por los caminos y por los vallados, y fuérzalos a entrar—nos
manda Cristo,—para que se llene mi casa.” En obediencia a esta
palabra hemos de buscar a los paganos que están cerca de nosotros,
y a los que están lejos. Los “publicanos y las rameras” han de oír la
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invitación del Salvador. Mediante la bondad y la longanimidad de
sus mensajeros, la invitación es un poder compulsor para levantar a
los que están sumidos en las últimas profundidades del pecado.
Los móviles cristianos requieren que trabajemos con firme pro-
pósito, interés inapagable y empeño siempre creciente por las almas
a quienes Satanás procura destruir. Nada debe entibiar la fervorosa
energía con que trabajamos en pro de la salvación de los perdidos.
Nótese cómo en toda la Palabra de Dios se manifiesta el espíritu
de insistencia que suplica a los hombres a que acudan a Cristo.
Debemos aprovechar toda oportunidad, en privado y en público,
para presentar todo argumento e insistir con razones de alcance
infinito a fin de atraer a los hombres al Salvador. Con toda nuestra
fuerza hemos de instarlos para que miren a Jesús y acepten su vida de
abnegación y sacrificio. Debemos mostrarles que esperamos verlos
alegrar el corazón de Cristo haciendo uso de cada uno de sus dones
para honrar su nombre.
“En esperanza somos salvos.”
Romanos 8:24
. Hay que inducir a
los caídos a que sientan que no es demasiado tarde para ser hombres.
Cristo honró al hombre con su confianza, y así le puso en la obliga-
ción de ser fiel a su honor. Aun a aquellos que habían caído más bajo
los trataba con respeto. Era un dolor continuo para Cristo arrostrar la
hostilidad, la depravación y la impureza; pero nunca dijo nada que