Página 120 - El Ministerio de Curacion (1959)

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El Ministerio de Curacion
a Dios; podemos entregarle nuestra voluntad, y entonces él obrará
en nosotros el querer y el hacer según su buena voluntad. Así toda
nuestra naturaleza se someterá a la dirección de Cristo.
Mediante el debido uso de la voluntad, cambiará enteramente la
conducta. Al someter nuestra voluntad a Cristo, nos aliamos con el
poder divino. Recibimos fuerza de lo alto para mantenernos firmes.
Una vida pura y noble, de victoria sobre nuestros apetitos y pasiones,
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es posible para todo el que une su débil y vacilante voluntad a la
omnipotente e invariable voluntad de Dios.
Los que luchan contra el poder de los apetitos deberían ser
instruídos en los principios del sano vivir. Debe mostrárseles que
la violación de las leyes que rigen la salud, al crear condiciones
enfermizas y apetencias que no son naturales, echa los cimientos
del hábito de la bebida. Sólo viviendo en obediencia a los principios
de la salud pueden esperar verse libertados de la ardiente sed de
estimulantes contrarios a la naturaleza. Mientras confían en la fuerza
divina para romper las cadenas de los apetitos, han de cooperar con
Dios obedeciendo a sus leyes morales y físicas.
A los que se esfuerzan por reformarse se les debe proporcionar
ocupación. A nadie capaz de trabajar se le debe enseñar a esperar
que recibirá comida, ropa y vivienda de balde. Para su propio bien,
como para el de los demás, hay que idear algún medio que le permita
devolver el equivalente de lo que recibe. Aliéntese todo esfuerzo
hacia el sostenimiento propio, que fortalecerá el sentimiento de la
dignidad personal y una noble independencia. Además, la ocupación
de la mente y el cuerpo en algún trabajo útil es una salvaguardia
esencial contra la tentación.
Desengaños y peligros
Los que trabajan en pro de los caídos encontrarán tristes desen-
gaños en muchos que prometían reformarse. Muchos no realizarán
más que un cambio superficial en sus hábitos y prácticas. Los mueve
el impulso, y por algún tiempo parecen haberse reformado; pero su
corazón no cambió verdaderamente. Siguen amándose egoístamente
a sí mismos, teniendo la misma hambre de vanos placeres y deseando
satisfacer sus apetitos. No saben lo que es la edificación del carácter,
y no puede uno fiarse de ellos como de hombres de principios. Han
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