Página 123 - El Ministerio de Curacion (1959)

Basic HTML Version

La obra en pro de los intemperantes
119
mundo, tenemos que llevarla nosotros por medio de su poder y bajo
su instrucción.
En la obra que desempeñamos por los caídos, han de quedar
impresas en el espíritu y en el corazón las exigencias de la ley de
Dios y la necesidad de serle leales. No dejéis nunca de manifestar
que hay diferencia notable entre el que sirve a Dios y el que no le
sirve. Dios es amor, pero no puede disculpar la violación voluntaria
de sus mandamientos. Los decretos de su gobierno son tales que
los hombres no pueden evitar las consecuencias de desobedecerlos.
Dios sólo honra a los que le honran. El comportamiento del hombre
en este mundo decide su destino eterno. Según haya sembrado, así
segará. A la causa ha de seguir el efecto.
Sólo la obediencia perfecta puede satisfacer el ideal que Dios
requiere. Dios no dejó indefinidas sus demandas. No prescribió nada
que no sea necesario para poner al hombre en armonía con él. Hemos
de enseñar a los pecadores el ideal de Dios en lo que respecta al
carácter, y conducirlos a Cristo, cuya gracia es el único medio de
alcanzar ese ideal.
[136]
El Salvador llevó sobre sí los achaques de la humanidad y vivió
una vida sin pecado, para que los hombres no teman que la flaqueza
de la naturaleza humana les impida vencer. Cristo vino para hacernos
“participantes de la naturaleza divina,” y su vida es una afirmación
de que la humanidad, en combinación con la divinidad, no peca.
El Salvador venció para enseñar al hombre cómo puede él tam-
bién vencer. Con la Palabra de Dios, Cristo rechazó las tentaciones
de Satanás. Confiando en las promesas de Dios, recibió poder para
obedecer sus mandamientos, y el tentador no obtuvo ventaja algu-
na. A cada tentación Cristo contestaba: “Escrito está.” A nosotros
también nos ha dado Dios su Palabra para que resistamos al mal.
Grandísimas y preciosas son las promesas recibidas, para que sea-
mos “hechos participantes de la naturaleza divina, habiendo huído
de la corrupción que está en el mundo por concupiscencia.”
2 Pedro
1:4
.
Encareced al tentado a que no mire a las circunstancias, a su
propia flaqueza, ni a la fuerza de la tentación, sino al poder de la
Palabra de Dios, cuya fuerza es toda nuestra. “En mi corazón—dice
el salmista—he guardado tus dichos, para no pecar contra ti.” “Por la