Página 136 - El Ministerio de Curacion (1959)

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El Ministerio de Curacion
Era el Príncipe de los cielos, y, sin embargo, no escogió a sus
discípulos de entre los sabios jurisconsultos, los gobernantes, los
escribas o los fariseos. A todos éstos los pasó por alto porque se
enorgullecían de su saber y su posición social. Estaban encastillados
en sus tradiciones y supersticiones. Aquel que podía leer en todos
los corazones eligió a unos humildes pescadores que se prestaban a
ser enseñados. Comía con publicanos y pecadores, y andaba entre
la plebe, no para rebajarse y hacerse rastrero con ella, sino para
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enseñarle sanos principios por medio de preceptos y ejemplo, y para
elevarla por encima de su mundanalidad y vileza.
Jesús procuró corregir el criterio falso con que el mundo estima
el valor de los hombres. Se puso de parte de los pobres, para poder
borrar de la pobreza el estigma que el mundo había echado sobre
ella. La limpió para siempre del oprobio al bendecir a los pobres,
herederos del reino de Dios. Nos invita a seguir sus huellas, diciendo:
“Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome
su cruz cada día, y sígame.”
Vers. 23
.
Los obreros de Cristo deben ir al encuentro del pueblo y educarle,
no en el orgullo, sino en la formación del carácter. Deben enseñarle
cómo trabajó Cristo y cómo se sacrificó. Hay que ayudar a la gente
a que aprenda de Cristo lecciones de abnegación y sacrificio. Hay
que enseñarle a guardarse de conformarse excesivamente con lo
que está de moda. La vida es por demás valiosa, por demás llena de
responsabilidades solemnes y sagradas, para malgastarla en placeres.
Las mejores cosas de la vida
Hombres y mujeres están apenas empezando a comprender el
verdadero objeto de la vida. Les atrae el brillo y la apariencia. Am-
bicionan un puesto eminente en el mundo. Y a esto sacrifican los
verdaderos fines de la vida. Las mejores cosas de la vida: la senci-
llez, la honradez, la veracidad, la pureza, la integridad, no pueden
comprarse ni venderse. Tan gratuitas son para el ignorante como
para el educado, para el humilde labriego como para el estadista
cargado de honores. Para todos ha provisto Dios un deleite de que
pueden gozar igualmente ricos y pobres: el deparado por el cultivo
de la pureza de pensamiento y el trabajo abnegado, el deleite que se
experimenta al pronunciar palabras de simpatía y al realizar actos de