144
El Ministerio de Curacion
Estos hombres necesitan del Evangelio. Necesitan que se les
aparte la vista de la vanidad de las cosas materiales a lo precioso de
las riquezas duraderas. Necesitan aprender cuánto gozo hay en dar,
y cuánta bendición resulta de ser colaboradores de Dios.
El Señor dice: “A los ricos de este siglo manda que no ... pongan
la esperanza en la incertidumbre de las riquezas, sino en el Dios
vivo, que nos da todas las cosas en abundancia de que gocemos:
[164]
que hagan bien, que sean ricos en buenas obras, dadivosos, que con
facilidad comuniquen, atesorando para sí buen fundamento para lo
por venir, que echen mano a la vida eterna.”
1 Timoteo 6:17-19
.
Por medio del trato casual o accidental no es posible llevar a
Cristo a los ricos, que aman al mundo y lo adoran. Estas personas
son muchas veces las de más difícil acceso. Por ellas deben hacer
esfuerzos personales quienes, animados de espíritu misionero, no se
desalienten ni flaqueen.
Hay personas particularmente idóneas para trabajar entre las
clases altas. Necesitan pedir a Dios sabiduría para alcanzarlas, y
no contentarse con un conocimiento casual de ellas, sino procurar
despertarlas, mediante su esfuerza personal y su fe viva, para que
sientan las necesidades del alma, y sean llevadas al conocimiento de
la verdad que está en Jesús.
Muchos se figuran que para alcanzar a las clases altas, hay que
adoptar un modo de vivir y un método de trabajo adecuado a los
gustos desdeñosos de ellas. Consideran de suma importancia cierta
apariencia de fortuna, los costosos edificios, trajes y atavíos, el am-
biente imponente, la conformidad con las costumbres mundanas y la
urbanidad artificiosa de las clases altas, así como su cultura clásica
y lenguaje refinado. Esto es un error. El modo mundano de proceder
para alcanzar las clases altas no es el modo de proceder de Dios. Lo
que surtirá efecto en esta tarea es la presentación del Evangelio de
Cristo de un modo consecuente y abnegado.
Lo que hizo el apóstol Pablo al encontrarse con los filósofos de
Atenas encierra una lección para nosotros. Al presentar el Evangelio
ante el tribunal del Areópago, Pablo contestó a la lógica con la
lógica, a la ciencia con la ciencia, a la filosofía con la filosofía. Los
más sabios de sus oyentes quedaron atónitos. No podían rebatir las
palabras de Pablo. Pero este esfuerzo dió poco fruto. Escasos fueron
los que aceptaron el Evangelio. En lo sucesivo Pablo adoptó un