Página 158 - El Ministerio de Curacion (1959)

Basic HTML Version

154
El Ministerio de Curacion
ofreciendo reparación al perjudicado. Si el que pide la salud es
culpable de alguna calumnia, si ha sembrado la discordia en la
familia, en el vecindario, o en la iglesia, si ha suscitado enemistades
y disensiones, si mediante siniestras prácticas ha inducido a otros
al pecado, ha de confesar todas estas cosas ante Dios y ante los que
fueron perjudicados por ellas. “Si confesamos nuestros pecados, él
es fiel y justo para que nos perdone nuestros pecados, y nos limpie
de toda maldad.”
1 Juan 1:9
.
Cuando el mal quedó subsanado, podemos con fe tranquila pre-
sentar a Dios las necesidades del enfermo, según lo indique el Espí-
ritu Santo. Dios conoce a cada cual por nombre y cuida de él como
si no hubiera nadie más en el mundo por quien entregara a su Hijo
amado. Siendo el amor de Dios tan grande y tan infalible, se debe
alentar al enfermo a que confíe en Dios y tenga ánimo. La congoja
[175]
acerca de sí mismos los debilita y enferma. Si los enfermos resuel-
ven sobreponerse a la depresión y la melancolía, tendrán mejores
perspectivas de sanar; pues “el ojo de Jehová está sobre los que
le temen, sobre los que esperan en su misericordia.”
Salmos 33:18
(VM)
.
Al orar por los enfermos debemos recordar que “no sabemos orar
como se debe.”
Romanos 8:26 (VM)
. No sabemos si el beneficio
que deseamos es el que más conviene. Por tanto, nuestras oraciones
deben incluir este pensamiento: “Señor, tú conoces todo secreto
del alma. Conoces también a estas personas. Su Abogado, el Señor
Jesús, dió su vida por ellas. Su amor hacia ellas es mayor de lo que
puede ser el nuestro. Por consiguiente, si esto puede redundar en
beneficio de tu gloria y de estos pacientes, pedímoste, en nombre de
Jesús, que les devuelvas la salud. Si no es tu voluntad que así sea, te
pedimos que tu gracia los consuele, y que tu presencia los sostenga
en sus padecimientos.”
Dios conoce el fin desde el principio. Conoce el corazón de todo
hombre. Lee todo secreto del alma. Sabe si aquellos por quienes se
hace oración podrían o no soportar las pruebas que les acometerían
si hubiesen de sobrevivir. Sabe si sus vidas serían bendición o mal-
dición para sí mismos y para el mundo. Esto es una razón para que,
al presentarle encarecidamente a Dios nuestras peticiones, debamos
decirle: “Empero no se haga mi voluntad, sino la tuya.”
Lucas 22:42
.
Jesús añadió estas palabras de sumisión a la sabiduría y la voluntad