Página 159 - El Ministerio de Curacion (1959)

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La oración por los enfermos
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de Dios cuando en el huerto de Getsemaní rogaba: “Padre mío, si
es posible, pase de mí este vaso.”
Mateo 26:39
. Y si estas palabras
eran apropiadas para el Hijo de Dios, ¡cuánto más lo serán en labios
de falibles y finitos mortales!
Lo que conviene es encomendar nuestros deseos al sapientísimo
Padre celestial, y después, depositar en él toda nuestra confianza.
Sabemos que Dios nos oye si le pedimos conforme a su voluntad.
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Pero el importunarle sin espíritu de sumisión no está bien; nuestras
oraciones no han de revestir forma de mandato, sino de intercesión.
Hay casos en que Dios obra con toda decisión con su poder
divino en la restauración de la salud. Pero no todos los enfermos
curan. A muchos se les deja dormir en Jesús. A Juan, en la isla de
Patmos, se le mandó que escribiera: “Bienaventurados los muertos
que de aquí adelante mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, que
descansarán de sus trabajos; porque sus obras con ellos siguen.”
Apocalipsis 14:13
. De esto se desprende que aunque haya quienes
no recobren la salud no hay que considerarlos faltos de fe.
Todos deseamos respuestas inmediatas y directas a nuestras ora-
ciones, y estamos dispuestos a desalentarnos cuando la contestación
tarda, o cuando llega en forma que no esperábamos. Pero Dios es
demasiado sabio y bueno para contestar siempre a nuestras oraciones
en el plazo exacto y en la forma precisa que deseamos. El quiere
hacer en nuestro favor algo más y mejor que el cumplimiento de
todos nuestros deseos. Y por el hecho de que podemos confiar en
su sabiduría y amor, no debemos pedirle que ceda a nuestra volun-
tad, sino procurar comprender su propósito y realizarlo. Nuestros
deseos e intereses deben perderse en su voluntad. Los sucesos que
prueban nuestra fe son para nuestro bien, pues denotan si nuestra fe
es verdadera y sincera, y si descansa en la Palabra de Dios sola, o
si, dependiente de las circunstancias, es incierta y variable. La fe se
fortalece por el ejercicio. Debemos dejar que la paciencia perfeccio-
ne su obra, recordando que hay preciosas promesas en las Escrituras
para los que esperan en el Señor.
No todos entienden estos principios. Muchos de los que buscan
la salutífera gracia del Señor piensan que debieran recibir directa e
inmediata respuesta a sus oraciones, o si no, que su fe es defectuosa.
Por esta razón, conviene aconsejar a los que se sienten debilitados por
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la enfermedad, que obren con toda discreción. No deben desatender