Página 169 - El Ministerio de Curacion (1959)

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La cura mental
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encuentran medios para satisfacer sus pasiones licenciosas o su
avaricia!
En algo mejor podemos ocuparnos que en dominar la humanidad
por la humanidad. El médico debe educar a la gente para que desvíe
sus miradas de lo humano y las dirija hacia lo divino. En vez de
enseñar a los enfermos a depender de seres humanos para la curación
de alma y cuerpo, debe encaminarlos hacia Aquel que puede salvar
eternamente a cuantos acuden a él. El que creó la mente del hombre
sabe lo que esta mente necesita. Dios es el único que puede sanar.
Aquellos cuyas mentes y cuerpos están enfermos han de ver en
Cristo al restaurador. “Porque yo vivo—dice,—y vosotros también
viviréis.”
Juan 14:19
. Esta es la vida que debemos ofrecer a los
enfermos, diciéndoles que si creen en Cristo como el restaurador,
si cooperan con él, obedeciendo las leyes de la salud y procurando
perfeccionar la santidad en el temor de él, les impartirá su vida. Al
presentarles así al Cristo, les comunicamos un poder, una fuerza
valiosa, procedente de lo alto. Esta es la verdadera ciencia de curar
el cuerpo y el alma.
Se necesita mucha sabiduría para tratar las enfermedades cau-
sadas por la mente. Un corazón dolorido y enfermo, un espíritu
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desalentado, necesitan un tratamiento benigno. A veces una hon-
da pena doméstica roe como un cáncer hasta el alma y debilita la
fuerza vital. En otros casos el remordimiento por el pecado mina
la constitución y desequilibra la mente. La tierna simpatía puede
aliviar a esta clase de enfermos. El médico debe primero ganarse su
confianza, y después inducirlos a mirar hacia el gran Médico. Si se
puede encauzar la fe de estos enfermos hacia el verdadero Médico, y
ellos pueden confiar en que él se encargó de su caso, esto les aliviará
la mente, y muchas veces dará salud al cuerpo.
La simpatía
La simpatía y el tacto serán muchas veces de mayor beneficio
para el enfermo que el tratamiento más hábil administrado con
frialdad e indiferencia. Positivo daño hace el médico al enfermo
cuando se le acerca con indiferencia, y le mira con poco interés,
manifestando con palabras u obras que el caso no requiere mucha
atención, y después lo deja entregado a sus cavilaciones. La duda y