Página 235 - El Ministerio de Curacion (1959)

Basic HTML Version

El comercio de las bebidas alcohólicas
231
bebidas alcohólicas. Aun entre los paganos, hay hombres inteli-
gentes que reconocen el peligro mortal de la bebida, y protestan
contra él; pero en vano intentaron proteger a sus países del estrago
del alcohol. Las naciones civilizadas imponen a las naciones paga-
nas el tabaco, el alcohol y el opio. Las pasiones desenfrenadas del
salvaje, estimuladas por la bebida, le arrastran a una degradación
anteriormente desconocida, y hacen casi imposible e inútil el mandar
misioneros a aquellos países.
Responsabilidad de la iglesia
Mediante el trato con pueblos que debieran haberles dado el
conocimiento de Dios, los paganos contraen vicios que van extermi-
nando tribus y razas enteras. Y por esto en las regiones tenebrosas
de la tierra se odia a los hombres de los países civilizados.
Los traficantes de bebidas constituyen una potencia mundial.
Tienen de su parte la fuerza combinada del dinero, de los hábitos
[262]
y de los apetitos. Su poder se deja sentir aun en la iglesia. Hay
hombres que deben su fortuna directa o indirectamente al tráfico de
las bebidas, son miembros de la iglesia, y reconocidos como tales.
Muchos de ellos hacen donativos liberales para obras de benefi-
cencia. Sus contribuciones ayudan a sostener las instituciones de la
iglesia y a sus ministros. Se aquistan el respeto que se suele conceder
a los ricos. Las iglesias que aceptan a semejantes hombres como
miembros sostienen en realidad el tráfico de las bebidas alcohólicas.
Con demasiada frecuencia el pastor no tiene valor para defender la
verdad. No declara a su congregación lo que Dios dijo respecto a la
obra del expendedor de bebidas. Decir la verdad con franqueza sería
ofender a su congregación, comprometer su popularidad y perder su
sueldo.
Pero superior al tribunal de la iglesia es el tribunal de Dios. Aquel
que dijo al primer asesino: “La voz de la sangre de tu hermano clama
a mí desde la tierra” (
Génesis 4:10
), no aceptará para su altar las
ofrendas del traficante en bebidas. Su enojo se enciende contra los
que intentan cubrir su culpa con el manto de la liberalidad. Su dinero
está manchado de sangre. La maldición recae sobre él.