Página 236 - El Ministerio de Curacion (1959)

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El Ministerio de Curacion
“¿Para qué a mí, dice Jehová, la multitud de vuestros sacrifi-
cios?...
¿Quién demandó esto de vuestras manos,
cuando vinieseis a presentaros delante de mí, para hollar mis
atrios?
No me traigáis más vano presente....
Cuando extendiereis vuestras manos,
yo esconderé de vosotros mis ojos:
asimismo cuando multiplicareis la oración, yo no oiré:
llenas están de sangre vuestras manos.”
Isaías 1:11-15
.
El borracho es capaz de mejores cosas. Fué dotado de talentos
con que honrar a Dios y beneficiar al mundo; pero sus semejantes
armaron lazo para su alma, y medran a costa de la degradación de
su víctima. Vivieron en el lujo, mientras que las pobres víctimas a
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quienes despojaron fueron sumidas en la pobreza y la miseria. Pero
Dios llamará a cuenta a quien ayudó al borracho a precipitarse en
la ruina. Aquel que gobierna en los cielos no ha perdido de vista la
primera causa o el último efecto de la embriaguez. Aquel que cuida
del gorrión y que viste la hierba del campo, no pasará por alto a los
que fueron formados a su propia imagen y comprados con su propia
sangre, ni será sordo a sus clamores. Dios nota toda esta perversidad
que perpetúa el crimen y la miseria.
El mundo y la iglesia podrán dar su aprobación al hombre que
amontona riquezas degradando al alma humana. Podrán sonreir
a quien conduce a los hombres paso a paso por la senda de la
vergüenza y la degradación. Pero Dios lo anota todo, y emite un
juicio justo. El tabernero podrá ser considerado por el mundo como
buen comerciante; pero el Señor dice: “¡Ay de él!” Será culpado
de la desesperación, de la miseria, y de los padecimientos traídos
al mundo por el tráfico del alcohol. Tendrá que dar cuenta de las
necesidades y las desdichas de las madres y los hijos que hayan
padecido por falta de alimento, de ropa y de abrigo, y hayan perdido
toda esperanza y alegría. Tendrá que dar cuenta de las almas que
haya enviado desapercibidas a la eternidad. Los que sostienen al
tabernero en su obra comparten su culpa. A los tales Dios dice:
“Llenas están de sangre vuestras manos.”