Página 237 - El Ministerio de Curacion (1959)

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El comercio de las bebidas alcohólicas
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Leyes sobre las patentes
Muchos abogan porque se cobren patentes a los traficantes en
alcoholes pensando que así se pondrá coto al mal de la bebida. Pero
conceder patente a dicho tráfico equivale a ponerlo bajo la protección
de las leyes. El gobierno sanciona entonces su existencia, y fomenta
el mal que pretende restringir. Al amparo de las leyes de patentes,
las cervecerías, las destilerías y los establecimientos productores
de vinos se extienden por todo el país, y el tabernero hace su obra
nefanda a nuestras mismas puertas.
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En muchos casos se le prohibe vender bebidas alcohólicas al que
ya está ebrio o se conoce como borracho habitual; pero la obra de
convertir en borrachos a los jóvenes sigue adelante. La existencia
de este negocio depende de la sed de alcohol que se fomente en
la juventud. Al joven se le va pervirtiendo poco a poco hasta que
el hábito de la bebida queda arraigado, y se le despierta la sed
que, cueste lo que cueste, ha de satisfacer. Menos daño se haría
suministrando bebida al borracho habitual, cuya ruina, en la mayoría
de los casos, es ya irremediable, que en permitir que la flor de nuestra
juventud se pierda por medio de tan terrible hábito.
Al conceder patente al tráfico de alcoholes, se expone a constante
tentación a los que intentan reformarse. Se han fundado institucio-
nes para ayudar a las víctimas de la intemperancia a dominar sus
apetitos. Tarea noble es ésta; pero mientras la venta de bebidas siga
sancionada por la ley, los beodos sacarán poco provecho de los asi-
los fundados para ellos. No pueden permanecer siempre allí. Deben
volver a ocupar su lugar en la sociedad. La sed de bebidas alcohóli-
cas, si bien refrenada, no quedó anulada, y cuando la tentación los
asalta, como puede hacerlo a cada paso, aquéllos vuelven demasiado
a menudo a caer en ella.
El dueño de un animal peligroso, que, a sabiendas, lo deja suelto,
responde ante la ley por el mal que cause el animal. En las leyes
dadas a Israel, el Señor dispuso que cuando una bestia peligrosa
causara la muerte de un ser humano, el dueño de aquélla debía expiar
con su propia vida su descuido o su perversidad. De acuerdo con
este mismo principio, el gobierno que concede patentes al vendedor
de bebidas debiera responder de las consecuencias del tráfico. Y
si es un crimen digno de muerte dejar suelto un animal peligroso,