Página 239 - El Ministerio de Curacion (1959)

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El comercio de las bebidas alcohólicas
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tentación? ¿Continuará la plaga de la intemperancia siendo baldón
del mundo civilizado? ¿Seguirá arrasando, año tras año, como fuego
consumidor, millares de hogares felices? Cuando un buque zozobra
a la vista de la ribera, los espectadores no permanecen indiferentes.
Hay quienes arriesgan la vida para ir en auxilio de hombres y mujeres
a punto de hundirse en el abismo. ¿Cuánto más esfuerzo no debe
hacerse para salvarlos de la suerte del borracho?
El borracho y su familia no son los únicos que corren peligro por
culpa del que expende bebidas, ni es tampoco el recargo de impues-
tos el mayor mal que acarrea su tráfico. Estamos todos entretejidos
en la trama de la humanidad. El mal que sobreviene a cualquier parte
de la gran confraternidad humana entraña peligros para todos.
Más de uno, que seducido por amor al lucro o a la comodidad
no quiso preocuparse para que se restringiese el tráfico de bebidas,
advirtió después demasiado tarde que este tráfico le afectaba. Vió a
sus propios hijos embrutecidos y arruinados. La anarquía prevalece.
La propiedad peligra. La vida no está segura. Multiplícanse las
desgracias en tierra y mar. Las enfermedades que se engendran en
la guaridas de la suciedad y la miseria penetran en las casas ricas y
lujosas. Los vicios fomentados por los que viven en el desorden y el
crimen infectan a los hijos de las clases de refinada cultura.
No existe persona cuyos intereses no peligren por causa del
comercio de las bebidas alcohólicas. No hay nadie que por su propia
seguridad no debiera resolverse a aniquilar este tráfico.
Sobre todas las organizaciones dedicadas a intereses únicamente
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terrenales, las cámaras legislativas y los tribunales debieran verse
libres del azote de la intemperancia. Los gobernadores, senadores,
diputados y jueces, es decir los hombres que promulgan las leyes de
una nación y velan por su observancia, los que tienen en sus manos
la vida, la reputación y los bienes de sus semejantes, deberían ser
hombres de estricta temperancia. Sólo así podrán tener claridad de
espíritu para discernir entre lo bueno y lo malo. Sólo así podrán tener
principios firmes y sabiduría para administrar justicia y para ser cle-
mentes. Pero, ¿qué nos dice la historia? ¡Cuántos de estos hombres
tienen la inteligencia anublada, y confuso el sentido de lo justo y
de lo injusto, por efecto de las bebidas alcohólicas! ¡Cuántas leyes
opresivas se han decretado, cuántos inocentes han sido condenados
a muerte por la injusticia de legisladores, testigos, jurados, abogados