Página 242 - El Ministerio de Curacion (1959)

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El Ministerio de Curacion
Los primeros años de la vida del Salvador son más que un ejem-
plo para la juventud. Son una lección, y deberían alentar a todos los
padres. Los deberes para con la familia y para con los vecinos cons-
tituyen el primer campo de acción de los que quieran empeñarse en
la elevación moral de sus semejantes. No hay campo de acción más
importante que el señalado a los fundadores y protectores del hogar.
Ninguna obra encomendada a seres humanos entraña consecuencias
tan trascendentales como la de los padres y madres.
Los jóvenes y niños de la actualidad determinan el porvenir de
la sociedad, y lo que estos jóvenes y estos niños serán depende del
hogar. A la falta de buena educación doméstica se puede achacar la
mayor parte de las enfermedades, así como de la miseria y crimina-
lidad que son la maldición de la humanidad. Si la vida doméstica
fuera pura y verdadera, si los hijos que salen del hogar estuvieran
debidamente preparados para hacer frente a las responsabilidades de
la vida y a sus peligros, ¡qué cambio experimentaría el mundo!
Se realizan muchos esfuerzos y se dedica tiempo, dinero y traba-
jo casi sin límites a empresas e instituciones destinadas a rehabilitar
las víctimas de los malos hábitos. Y aun así todos estos esfuerzos
resultan insuficientes para hacer frente a la gran necesidad. ¡Cuán
mínimos son los resultados! ¡Cuán pocos se regeneran permanente-
mente!
Son muchísimos los que aspiran a una vida mejor, pero carecen
de valor y resolución para librarse del poder de los malos hábitos.
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Retroceden ante el caudal de esfuerzos, luchas y sacrificios exigido,
y su vida zozobra y se malogra. Así aun los más brillantes, los de
más altas aspiraciones y más nobles facultades, los que están capa-
citados por la naturaleza y la educación para desempeñar puestos de
confianza y de responsabilidad, se degradan y se pierden para esta
vida y para la venidera.
Para los que se enmiendan, ¡cuán ruda es la lucha para recuperar
la dignidad perdida! Y durante toda su vida, con la constitución
quebrantada, la voluntad vacilante, la inteligencia embotada y el
alma debilitada, muchos recogen el fruto del mal que sembraron.
¡Cuánto más se podría llevar a cabo si se arrostrara el mal desde un
principio!
Esta obra depende en mucho de los padres. En los esfuerzos
que se hacen para detener los avances de la intemperancia y de