Página 247 - El Ministerio de Curacion (1959)

Basic HTML Version

Los fundadores del hogar
243
padres e hijos, de manera que capacite a unos y otros para ser una
bendición para sus semejantes y una honra para su Creador.
Antes de asumir las responsabilidades del matrimonio, los jó-
venes y las jóvenes deben tener una experiencia práctica que los
haga aptos para cumplir los deberes de la vida y llevar las cargas
de ella. No se han de favorecer los matrimonios tempranos. Un
compromiso tan importante como el matrimonio y de resultados tan
trascendentales no debe contraerse con precipitación, sin la suficien-
te preparación y antes de que las facultades intelectuales y físicas
estén bien desarrolladas.
Aunque los cónyuges carezcan de riquezas materiales, deben
poseer el tesoro mucho más precioso de la salud. Y por lo general
no debería haber gran disparidad de edad entre ellos. El desprecio
de esta regla puede acarrear una grave alteración de salud para el
más joven. También es frecuente en tales casos que los hijos sufran
perjuicio en su vigor físico e intelectual. No pueden encontrar en un
padre o en una madre ya de edad el cuidado y la compañía que sus
tiernos años requieren, y la muerte puede arrebatarles a uno de los
padres cuando más necesiten su amor y dirección.
Sólo en Cristo puede formarse una unión matrimonial feliz.
El amor humano debe fundar sus más estrechos lazos en el amor
divino. Sólo donde reina Cristo puede haber cariño profundo, fiel y
abnegado.
El amor es un precioso don que recibimos de Jesús. El afecto
puro y santo no es un sentimiento, sino un principio. Los que son
[277]
movidos por el amor verdadero no carecen de juicio ni son ciegos.
Enseñados por el Espíritu Santo, aman supremamente a Dios y a su
prójimo como a sí mismos.
Los que piensan en casarse deben pesar cada sentimiento y cada
manifestación del carácter de la persona con quien se proponen unir
su suerte. Cada paso dado hacia el matrimonio debe ser acompañado
de modestia, sencillez y sinceridad, así como del serio propósito de
agradar y honrar a Dios. El matrimonio afecta la vida ulterior en
este mundo y en el venidero. El cristiano sincero no hará planes que
Dios no pueda aprobar.
Si gozáis de la bendición de tener padres temerosos de Dios, con-
sultadlos. Comunicadles vuestras esperanzas e intenciones, aprended
las lecciones que la vida les enseñó y os ahorraréis no pocas penas.