Página 27 - El Ministerio de Curacion (1959)

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Días de ministerio activo
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y hacía pedazos las peñas delante de Jehová; mas Jehová no estaba
en el viento: y después del viento hubo un terremoto; mas Jehová
no estaba en el terremoto: y después del terremoto, un fuego; mas
Jehová no estaba en el fuego,” pero después del fuego Dios habló
al profeta en voz apacible y suave.
1 Reyes 19:11, 12 (VM)
. Así
también iba Jesús a cumplir su obra, no trastornando tronos y reinos,
no con pompa ni ostentación, sino hablando a los corazones de los
hombres mediante una vida de misericordia y desprendimiento.
El reino de Dios no viene con manifestaciones externas. Viene
mediante la dulzura de la inspiración de su Palabra, la obra interior
de su Espíritu, y la comunión del alma con Aquel que es su vida. La
mayor demostración de su poder se advierte en la naturaleza humana
llevada a la perfección del carácter de Cristo.
Los discípulos de Cristo han de ser la luz del mundo, pero Dios
no les pide que hagan esfuerzo alguno para brillar. No aprueba
los intentos llenos de satisfacción propia para ostentar una bondad
superior. Desea que las almas sean impregnadas de los principios
del cielo, pues entonces, al relacionarse con el mundo, manifestarán
la luz que hay en ellos. Su inquebrantable fidelidad en cada acto de
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la vida será un medio de iluminación.
Ni las riquezas, ni la alta posición social, ni el costoso atavío,
ni suntuosos edificios ni mobiliarios se necesitan para el adelanto
de la obra de Dios; ni tampoco hazañas que reciban aplauso de
los hombres y fomenten la vanidad. La ostentación mundana, por
imponente que sea, carece enteramente de valor a los ojos de Dios.
Sobre lo visible y temporal, aprecia lo invisible y eterno. Lo primero
tiene valor tan sólo cuando expresa lo segundo. Las obras de arte
más exquisitas no tienen belleza comparable con la del carácter, que
es el fruto de la obra del Espíritu Santo en el alma.
Cuando Dios dió a su Hijo a nuestro mundo, dotó a los seres
humanos de riquezas imperecederas, en cuya comparación nada va-
len los tesoros humanos acumulados desde que el mundo es mundo.
Cristo vino a la tierra, y se presentó ante los hijos de los hombres
con el atesorado amor de la eternidad, y tal es el caudal que, por
medio de nuestra unión con él, hemos de recibir para manifestarlo y
distribuirlo.
La eficacia del esfuerzo humano en la obra de Dios correspon-
derá a la consagración del obrero al revelar el poder de la gracia de