Página 276 - El Ministerio de Curacion (1959)

Basic HTML Version

272
El Ministerio de Curacion
La verdadera educación incluye el ser entero. Nos enseña el
uso correcto de nuestro ser. Nos habilita para hacer el mejor uso
del cerebro, de los huesos y de los músculos; del cuerpo, de la
inteligencia y del corazón. Las facultades de la mente, por ser las
superiores, deben gobernar el reino del cuerpo. Los apetitos y las
pasiones naturales deben someterse al dominio de la conciencia y de
los afectos espirituales. Cristo está a la cabeza de la humanidad, y
es su propósito guiarnos en su servicio, por las altas y santas sendas
de la pureza. Por la maravillosa operación de su gracia, hemos de
llegar a ser perfectos en él.
Jesús recibió su educación en el hogar. Su madre fué su primer
maestro humano. De los labios de ella, y de los escritos de los
profetas, aprendió las cosas del cielo. Vivió en un hogar de aldeanos
y con fidelidad y buen ánimo llevó su parte de las cargas de la casa.
El que había sido el comandante del cielo, consintió en ser un siervo
voluntario, un hijo amante y obediente. Aprendió un oficio, y con
[311]
sus propias manos trabajó en la carpintería con José. Vestido como
trabajador común, recorría las calles de la aldea, al ir a su humilde
trabajo y al volver de él.
La gente de aquel tiempo estimaba las cosas por su apariencia.
La religión había ganado en pompa cuanto perdiera en poder. Los
educadores de entonces procuraban imponer respeto por medio del
lujo y la ostentación. La conducta de Jesús presentaba señalado
contraste con todo ello. Demostraba la inutilidad de las cosas que
los hombres consideraban como las más importantes de la vida.
Jesús no frecuentó las escuelas de aquel tiempo, que solían exagerar
las cosas pequeñas y empequeñecer las grandes. Se educó en las
fuentes designadas por el Cielo, en el trabajo útil, en el estudio de
las Escrituras, en la naturaleza y en las experiencias de la vida, en
los libros de texto de Dios, llenos de enseñanza para todo aquel
que recurre a ellos con manos voluntarias, ojos abiertos y corazón
dispuesto a entender.
“Y el niño crecía, y fortalecíase, y se henchía de sabiduría; y la
gracia de Dios era sobre él.”
Lucas 2:40
.
Así preparado, Cristo emprendió su misión, ejerciendo en los
hombres, siempre que se relacionaba con ellos, una influencia ben-
dita, un poder transformador, tales como el mundo no había visto
jamás.