La verdadera educación prepara para la obra misionera
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La enseñanza del hogar
El hogar es la primera escuela del niño y allí deben echarse
los cimientos de una vida de servicio, cuyos principios no deben
enseñarse con meras teorías. Deben encauzar la educación de la vida
entera.
Muy temprano debe enseñarse al niño a ser útil. Tan pronto como
su fuerza y su poder de razonar hayan adquirido cierto desarrollo,
debe dársele algo que hacer en casa. Hay que animarle a tratar de
ayudar a su padre y a su madre; a tener abnegación y dominio propio;
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a anteponer la felicidad ajena y los intereses del prójimo a los suyos
propios, a alentar y ayudar a sus hermanos y a sus compañeros
de juegos y a ser bondadoso con los ancianos, los enfermos y los
infortunados. Cuanto más compenetre el hogar el verdadero espíritu
servicial, tanto más plenamente se desarrollará en la vida de los
niños. Así aprenderán a encontrar gozo en servir y sacrificarse por
el bien de los demás.
La obra de la escuela
La educación en el hogar debe ser completada por la obra de la
escuela. Hay que tener siempre en cuenta el desarrollo de todo el ser,
físico, intelectual y espiritual, así como la enseñanza del servicio y
del sacrificio.
Más que ningún otro agente, el servir por amor a Cristo en las
cosas pequeñas de la vida diaria tiene poder para formar el carácter
y para dirigir la vida por el camino del servicio abnegado. Desper-
tar este espíritu, fomentarlo y encauzarlo debidamente es la obra
de padres y maestros. No podría encomendárseles obra más im-
portante. El espíritu de servicio es el espíritu del cielo, y en cada
esfuerzo que se haga para fomentarlo y alentarlo puede contarse con
la cooperación de los ángeles.
Una educación tal debe basarse en la Palabra de Dios. Sólo en
ella se exponen plenamente los principios de la educación. Debe
hacerse de la Biblia el fundamento del estudio y de la enseñanza.
El conocimiento esencial es el conocimiento de Dios y de Aquel a
quien envió.