Página 293 - El Ministerio de Curacion (1959)

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El verdadero conocimiento de Dios
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del conocimiento de Dios, pero el cumplimiento total de la promesa,
a saber, que Cristo les mostraría al Padre en su plenitud, estaba
aún por venir. Y así es también hoy. Nuestro conocimiento de Dios
es parcial e imperfecto. Cuando haya terminado el conflicto, y el
Hombre Cristo Jesús reconozca ante el Padre a sus fieles obreros,
quienes en un mundo de pecado habrán dado el verdadero testimonio
del Salvador, entonces comprenderán a las claras lo que ahora es
para ellos un misterio.
El carácter de Dios revelado en Cristo
Cristo llevó consigo a las cortes celestiales su humanidad glorifi-
cada. A los que le reciben les da potestad de ser hechos hijos de Dios,
para que al fin Dios los reciba como suyos, a fin de que vivan con él
por toda la eternidad. Si durante esta vida permanecen leales a Dios,
al fin “verán su cara; y su nombre estará en sus frentes.”
Apocalipsis
22:4
. ¿Y en qué consiste la felicidad del cielo sino en ver a Dios?
¿Qué gozo mayor puede haber para el pecador salvado por la gracia
de Cristo que el de contemplar la faz de Dios y conocerle como a
Padre?
[329]
Las Escrituras indican con claridad la relación entre Dios y
Cristo, y manifiestan con no menos claridad la personalidad y la
individualidad de cada uno de ellos.
“Dios, habiendo hablado muchas veces y en muchas maneras en
otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos
ha hablado por el Hijo, ... el cual siendo el resplandor de su gloria, y
la misma imagen de su sustancia, y sustentando todas las cosas con
la palabra de su potencia, habiendo hecho la purgación de nuestros
pecados por sí mismo, se sentó a la diestra de la majestad en las
alturas, hecho tanto más excelente que los ángeles, cuanto alcanzó
por herencia más excelente nombre que ellos. Porque ¿a cuál de los
ángeles dijo Dios jamás: Mi hijo eres tú, hoy yo te he engendrado?
Y otra vez: Yo seré a él Padre, y él me será a mí hijo?”
Hebreos
1:1-5
.
La personalidad del Padre y del Hijo, como también la unidad
que existe entre ambos, aparecen en el capítulo décimo-séptimo de
Juan en la oración de Cristo por sus discípulos: