Página 299 - El Ministerio de Curacion (1959)

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Peligro que entraña el conocimiento especulativo
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de los que profesan creer las Escrituras; pero, por muy ataviada que
vaya esta teoría, es un engaño muy peligroso. Da una falsa idea de
Dios y agravia su grandeza y majestad. Lo seguro es que no tiende
tan sólo a extraviar, sino a corromper a los hombres. Las tinieblas
son su elemento y la sensualidad su ambiente. Su aceptación aparta
de Dios. Y para la naturaleza humana caída esto equivale a la ruina.
La condición en que el pecado nos ha colocado es antinatural, y el
poder que nos restaure debe ser sobrenatural, o no tiene valor alguno.
No hay poder que pueda quebrantar el yugo del mal y libertar de él
los corazones de los hombres, sino el poder de Dios en Jesucristo.
Sólo mediante la sangre del Crucificado hay purificación del pecado.
Sólo la gracia de Cristo puede habilitarnos para resistir y dominar las
inclinaciones de nuestra naturaleza caída. Las teorías espiritualistas
respecto de Dios anulan la gracia divina. Si Dios es una esencia que
compenetra toda la naturaleza, entonces mora en todos los hombres;
y para llegar a la santidad, el hombre no tiene más que desarrollar el
poder que está en él mismo.
Estas teorías, llevadas hasta su conclusión lógica, desbaratan
la economía cristiana. Desechan la necesidad de la expiación, y
hacen del hombre su propio salvador. Estas teorías acerca de Dios
dejan sin efecto la Palabra divina, y quienes las aceptan corren grave
peligro de ser inducidos finalmente a considerar la Biblia como
una ficción. Aunque consideren la virtud superior al vicio, como
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quiera que desalojan a Dios de su verdadero puesto de soberanía,
cifran su confianza en el poder humano, que, sin Dios, no tiene valor
alguno. Dejada a sí misma, la voluntad humana no tiene verdadero
poder para resistir y vencer el mal. Las defensas del alma quedan
destruídas. El hombre carece de valla protectora contra el pecado.
Desechadas las restricciones de la Palabra de Dios y de su Espíritu,
ya no sabemos en qué abismos podemos hundirnos.
“Toda palabra de Dios es limpia;
es escudo a los que en él esperan.
No añadas a sus palabras,
porque no te reprenda,
y seas hallado mentiroso.”