Página 31 - El Ministerio de Curacion (1959)

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Días de ministerio activo
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en él. No habléis de la religión como de algo que los niños no
pueden entender, ni obréis como si no fuera de esperar que aceptaran
a Cristo en su niñez. No les deis la falsa impresión de que la religión
de Cristo es triste y lóbrega, y de que al acudir al Salvador hayan de
renunciar a cuanto llena la vida de gozo.
Mientras el Espíritu Santo influye en los corazones de los niños,
colaborad en su obra. Enseñadles que el Salvador los llama, y que
nada le alegra tanto como verlos entregarse a él en la flor y lozanía
de su edad.
El Salvador mira con infinita ternura las almas que compró con
su sangre. Pertenecen a su amor. Las mira con indecible cariño. Su
corazón anhela alcanzar, no sólo a los mejor educados y atractivos,
sino también a los que por herencia y descuido presentan rasgos
de carácter poco lisonjeros. Muchos padres no comprenden cuán
responsables son de estos rasgos en sus hijos. Carecen de la ternura
y la sagacidad necesarias para tratar a los que yerran por su culpa.
Pero Jesús mira a estos niños con compasión. Sabe seguir el rastro
desde la causa al efecto.
El obrero cristiano puede ser instrumento de Cristo para atraer al
Salvador a estas criaturas imperfectas y extraviadas. Con prudencia
y tacto puede granjearse su cariño, puede infundirles ánimo y espe-
ranza, y mediante la gracia de Cristo puede ver como su carácter se
transforma, de modo que resulte posible decir con respecto a ellos:
“De los tales es el reino de Dios.”
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Durante todo el día la gente se había apiñado en derredor de
Jesús y sus discípulos, mientros él enseñaba a orillas del mar. Habían
escuchado sus palabras de gracia, tan sencillas y claras que para sus
almas eran como bálsamo de Galaad. El poder curativo de su divina
mano había suministrado salud al enfermo y vida al moribundo.
Aquel día les había parecido como el cielo en la tierra, y no se daban
cuenta del tiempo transcurrido desde que comieran.
Cinco panecillos alimentan a una muchedumbre
Hundíase el sol en el poniente, y sin embargo el pueblo tarda-
ba en irse. Finalmente, los discípulos se acercaron a Cristo, para
instarle a que, por consideración de ellas mismas, despidiera a las
gentes. Muchos habían venido de lejos, y no habían comido desde la