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El Ministerio de Curacion
estaban cerrados menos el que conduce a Dios. Toda fuente estaba
sellada, menos la de la vida eterna.
Nuestro Salvador no alentaba a nadie a asistir a las escuelas
rabínicas de su tiempo, para evitar que sus espíritus fuesen corrom-
pidos por el estribillo: “Dicen,” o “Se ha dicho.” Entonces, ¿por qué
aceptaríamos como suprema sabiduría las palabras inciertas de los
hombres, cuando disponemos de una sabiduría mayor e infalible?
Lo que he visto de las cosas eternas y de la debilidad humana ha
impresionado hondamente mi mente y ha influído en el trabajo de mi
vida. No veo nada en que el hombre merezca alabanza ni gloria. No
veo motivo de confianza ni de alabanza en las opiniones de los sabios
de este mundo ni en las de los llamados grandes. ¿Cómo pueden los
que carecen de iluminación divina formarse una idea exacta de los
planes y caminos de Dios? O niegan a Dios e ignoran su existencia,
o circunscriben su poder con sus mezquinos conceptos.
Prefiramos que nos enseñe Aquel que creó los cielos y la tierra,
que ordenó las estrellas en el firmamento y señaló al sol y a la luna
su obra respectiva.
Está bien que la juventud considere que debe alcanzar el más
alto desarrollo de sus facultades intelectuales. No queremos poner
límites a la educación que Dios ha hecho ilimitada. Pero de nada
nos sirve lo que logramos si no lo empleamos para honra de Dios y
beneficio de la humanidad.
No conviene atestar la mente con estudios que requieren intensa
aplicación, pero no se utilizan en la práctica. Una educación tal resul-
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tará una pérdida para el estudiante, pues dichos estudios disminuyen
el interés y la afición del joven por los que le prepararían para una
vida provechosa y le harían capaz de llevar sus responsabilidades.
Una educación práctica vale mucho más que cualquier acumulación
de teorías. Ni siquiera basta adquirir conocimientos. Hemos de saber
cómo aprovecharlos debidamente.
El tiempo, los recursos y el estudio que tantos invierten para
adquirir una educación relativamente inútil, deberían dedicarse a
obtener una preparación que los hiciera hombres y mujeres prácti-
cos, capaces de llevar las responsabilidades de la vida. Semejante
educación es en extremo valiosa.
Necesitamos conocimientos que robustezcan la mente y el alma,
y nos hagan mejores hombres y mujeres. La educación del corazón