Página 323 - El Ministerio de Curacion (1959)

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Importancia del verdadero conocimiento
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¿Estamos preparados? ¿Conocemos a Dios, el Gobernador de
los cielos, el Legislador, y a Jesucristo a quien envió al mundo como
representante suyo? Cuando la obra de nuestra vida haya terminado
¿podremos decir, como dijo Cristo, nuestro ejemplo:
“Yo te he glorificado en la tierra: he acabado la obra que me
diste que hiciese, ... he manifestado tu nombre”?
Juan 17:4-6
.
Los ángeles de Dios procuran desprendernos de nosotros mismos
y de las cosas de la tierra. No permitamos que trabajen en vano.
Las mentes entregadas a pensamientos licenciosos necesitan
cambiar. “Por lo cual, teniendo los lomos de vuestro entendimiento
ceñidos, con templanza, esperad perfectamente en la gracia que os
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es presentada cuando Jesucristo os es manifestado: como hijos obe-
dientes, no conformándoos con los deseos que antes teníais estando
en vuestra ignorancia; sino como aquel que os ha llamado es santo,
sed también vosotros santos en toda conversación: porque escrito
está: Sed santos, porque yo soy santo.”
1 Pedro 1:13-16
.
Los pensamientos deben concentrarse en Dios. Debemos dedicar
nuestro esfuerzo más enérgico a dominar las malas tendencias del
corazón natural. Nuestros esfuerzos, nuestra abnegación y perseve-
rancia deben corresponder al valor infinito del objeto que persegui-
mos. Sólo venciendo como Cristo venció podremos ganar la corona
de vida.
La necesidad de abnegación
El gran peligro del hombre consiste en engañarse a sí mismo, en
creerse suficiente de por sí y en apartarse de Dios, la fuente de su
fuerza. Nuestras tendencias naturales, si no las enmienda el Espíritu
Santo de Dios, encierran la semilla de la muerte moral. A no ser que
nos unamos vitalmente con Dios, no podremos resistir los impíos
efectos de la concupiscencia, del amor egoísta y de la tentación a
pecar.
Para recibir ayuda de Cristo, debemos comprender nuestra nece-
sidad. Debemos tener verdadero conocimiento de nosotros mismos.
Sólo quien se reconoce pecador puede ser salvado por Cristo. Sólo
cuando vemos nuestro desamparo absoluto y no confiamos ya en
nosotros mismos, podemos asirnos del poder divino.