Página 338 - El Ministerio de Curacion (1959)

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El Ministerio de Curacion
fué muy completa. Nada fué descuidado de lo que se pensaba que
podía hacerle sabio, según entendían los egipcios la sabiduría. Re-
cibió un adiestramiento civil y militar de orden superior. Se sintió
completamente preparado para la obra de libertar a Israel de la es-
clavitud. Pero Dios no lo vió así. Su providencia señaló a Moisés un
período de cuarenta años de preparación en el desierto como pastor
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de ovejas.
La educación que Moisés recibiera en Egipto le ayudó en muchos
aspectos; pero la preparación más provechosa para su misión fué la
que recibió mientras apacentaba el ganado. Moisés era de carácter
impetuoso. En Egipto, en su calidad de afortunado caudillo militar
y favorito del rey y de la nación, se había acostumbrado a recibir
alabanza y adulación. Se había granjeado la simpatía del pueblo.
Esperaba llevar a cabo con sus propias fuerzas la obra de libertar a
Israel. Muy diferentes fueron las lecciones que hubo de aprender
como representante de Dios. Al conducir sus ganados por los montes
desiertos y por los verdes pastos de los valles, aprendió a tener
fe, mansedumbre, paciencia, humildad y a olvidarse de sí mismo.
Aprendió a cuidar a seres débiles y enfermos, a salir en busca de
los descarriados, a ser paciente con los revoltosos, a proteger los
corderos y a nutrir los miembros del rebaño ya viejos y enclenques.
En esta labor Moisés se fué acercando al supremo Pastor. Llegó
a unirse estrechamente con el Santo de Israel. Ya no se proponía
hacer una gran obra. Procuraba hacer fielmente y como para Dios la
tarea que le estaba encomendada. Reconocía la presencia de Dios en
todo cuanto le rodeaba. La naturaleza entera le hablaba del Invisible.
Conocía a Dios como Dios personal, y al meditar en su carácter se
compenetraba cada vez más del sentido de su presencia. Hallaba
refugio en los brazos del Eterno.
Habiendo experimentado todo esto, Moisés oyó la invitación
del Cielo a cambiar el cayado del pastor por la vara de mando; a
dejar su rebaño de ovejas para encargarse de la dirección de Israel.
El mandato divino le encontró desconfiado de sí mismo, torpe de
palabra y tímido. Le abrumaba el sentimiento de su incapacidad
para ser portavoz de Dios. Pero, poniendo toda su confianza en el
Señor, aceptó la obra. La grandeza de su misión puso en ejercicio las
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mejores facultades de su espíritu. Dios bendijo su pronta obediencia,
y Moisés llegó a ser elocuente y dueño de sí mismo, se llenó de es-