Página 345 - El Ministerio de Curacion (1959)

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En el trato con los demás
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tades que él arrostró, entonces comprenden hasta qué punto fueron
probados su valor y su fe. Muchas veces, ya no ven entonces las
faltas que tanto se apresuraban a censurar. La experiencia les enseña
a tener simpatía. Dios permite que los hombres ocupen puestos de
responsabilidad. Cuando se equivocan, tiene poder para corregirlos
o para deponerlos. Cuidémonos de no juzgar, porque es obra que
pertenece a Dios.
La conducta de David para con Saúl encierra una lección. Por
mandato de Dios Saúl fué ungido rey de Israel. Por causa de su
desobediencia, el Señor declaró que el reino le sería quitado; y no
obstante, ¡cuán cariñosa, cortés y prudente fué la conducta de David
para con él! Al procurar quitarle la vida a David, Saúl se trasladó al
desierto, y, sin saberlo, penetró en la misma cueva en que David y
sus guerreros estaban escondidos. “Entonces los de David le dijeron:
He aquí el día de que te ha dicho Jehová: ... Entrego tu enemigo en
tus manos, y harás con él como te pareciere. ... Y dijo a los suyos:
Jehová me guarde de hacer tal cosa contra mi señor, el ungido de
Jehová, que yo extienda mi mano contra él; porque es el ungido de
Jehová.”
1 Samuel 24:5, 7
. El Salvador nos dice: “No juzguéis, para
que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzgáis, seréis
juzgados; y con la medida con que medís, os volverán a medir.”
Mateo 7:1, 2
. Acordaos de que pronto el curso de vuestra vida será
revisado ante Dios. Recordad también que él dijo: “Eres inexcusable,
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oh hombre, cualquiera que juzgas, ... porque lo mismo haces, tú que
juzgas.”
Romanos 2:1
.
No nos conviene dejarnos llevar del enojo con motivo de algún
agravio real o supuesto que se nos haya hecho. El enemigo a quien
más hemos de temer es el yo. Ninguna forma de vicio es tan funesta
para el carácter como la pasión humana no refrenada por el Espíritu
Santo. Ninguna victoria que podamos ganar es tan preciosa como la
victoria sobre nosotros mismos.
Paciencia en las pruebas
No debemos permitir que nuestros sentimientos sean quisquillo-
sos. Hemos de vivir, no para proteger nuestros sentimientos o nuestra
reputación, sino para salvar almas. Conforme nos interesemos en la
salvación de las almas, dejaremos de notar las leves diferencias que