En el trato con los demás
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y abnegadamente en Dios. El conoce las tristezas que sentimos en las
profundidades de nuestro ser y que no podemos expresar. Cuando
todo parezca obscuro e inexplicable, recordemos las palabras de
Cristo: “Lo que yo hago, tú no entiendes ahora; mas lo entenderás
después.”
Juan 13:7
.
Estudiad la historia de José y de Daniel. El Señor no impidió
las intrigas de los hombres que procuraban hacerles daño; pero hizo
redundar todos aquellos ardides en beneficio de sus siervos que en
medio de la prueba y del conflicto conservaron su fe y lealtad.
Mientras permanezcamos en el mundo, tendremos que arrostrar
influencias adversas. Habrá provocaciones que probarán nuestro
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temple, y si las arrostramos con buen espíritu desarrollaremos las
virtudes cristianas. Si Cristo vive en nosotros, seremos sufridos, bon-
dadosos y prudentes, alegres en medio de los enojos e irritaciones.
Día tras día y año tras año iremos venciéndonos, hasta llegar al noble
heroísmo. Esta es la tarea que se nos ha señalado; pero no se puede
llevar a cabo sin la ayuda de Jesús, sin ánimo resuelto, sin propósito
firme, sin continua vigilancia y oración. Cada cual tiene su propia
lucha. Ni siquiera Dios puede ennoblecer nuestro carácter ni hacer
útiles nuestras vidas a menos que lleguemos a ser sus colaboradores.
Los que huyen del combate pierden la fuerza y el gozo de la victoria.
No necesitamos llevar cuenta de las pruebas, dificultades, pesares
y tristezas, porque están consignados en los libros, y no los olvidará
el Cielo. Mientras rememoramos las cosas desagradables, se escapan
de la memoria muchas que son agradables, tales como la bondad
misericordiosa con que Dios nos rodea a cada momento, y el amor
que admira a los ángeles, el que le impulsó a dar a su Hijo para
que muriese por nosotros. Si al trabajar para Cristo creéis haber
experimentado mayores pruebas y cuidados que las que afligieron
a otros, recordad que gozaréis de una paz desconocida de quienes
rehuyeron esas cargas. Hay consuelo y gozo en el servicio de Cristo.
Demostrad al mundo que la vida de Cristo no es fracaso.
Si no os sentís de buen ánimo y alegres, no habléis de ello. No
arrojéis sombra sobre la vida de los demás. Una religión fría y
desolada no atrae nunca almas a Cristo. Las aparta de él para empu-
jarlas a las redes que Satanás tendió ante los pies de los descarriados.
En vez de pensar en vuestros desalientos, pensad en el poder a que
podéis aspirar en el nombre de Cristo. Aférrese vuestra imagina-