Página 348 - El Ministerio de Curacion (1959)

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El Ministerio de Curacion
ción a las cosas invisibles. Dirigid vuestros pensamientos hacia las
manifestaciones evidentes del gran amor de Dios por vosotros. La
fe puede sobrellevar la prueba, resistir a la tentación y mantenerse
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firme ante los desengaños. Jesús vive y es nuestro abogado. Todo lo
que su mediación nos asegura es nuestro.
¿No creéis que Cristo aprecia a los que viven enteramente para
él? ¿No pensáis que visita a los que, como el amado Juan en el
destierro, se encuentran por su causa en situaciones difíciles? Dios
no consentirá en que sea dejado solo uno de sus fieles obreros,
para que luche con gran desventaja y sea vencido. El guarda como
preciosa joya a todo aquel cuya vida está escondida con Cristo en él.
De cada uno de ellos dice: “Ponerte he como anillo de sellar: porque
yo te escogí.”
Hageo 2:23
.
Hablad por tanto de las promesas; hablad de la buena voluntad
de Jesús para bendecir. No nos olvida ni un solo instante. Cuando,
a pesar de circunstancias desagradables, sigamos confiados en su
amor y unidos íntimamente con él, el sentimiento de su presencia nos
inspirará un gozo profundo y tranquilo. Acerca de sí mismo Cristo
dijo: “Nada hago de mí mismo; mas como el Padre me enseñó, esto
hablo. Porque el que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo
el Padre; porque yo, lo que a él agrada, hago siempre.”
Juan 8:28,
29
.
La presencia del Padre rodeaba a Cristo, y nada le sucedía que
Dios en su infinito amor no permitiera para bendición del mundo.
Esto era fuente de consuelo para Cristo, y lo es también para no-
sotros. El que está lleno del espíritu de Cristo vive en Cristo. Lo
que le suceda viene del Salvador, que le rodea con su presencia.
Nada podrá tocarle sin permiso del Señor. Todos nuestros pade-
cimientos y tristezas, todas nuestras tentaciones y pruebas, todas
nuestras pesadumbres y congojas, todas nuestras privaciones y per-
secuciones, todo, en una palabra, contribuye a nuestro bien. Todos
los acontecimientos y circunstancias obran con Dios para nuestro
bien.
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Si comprendemos la longanimidad de Dios para con nosotros,
nunca juzgaremos ni acusaremos a nadie. Cuando Cristo vivía en la
tierra, ¡cuán sorprendidos hubieran quedado quienes con él vivían,
si, después de haberle conocido, le hubieran oído decir una palabra