Página 351 - El Ministerio de Curacion (1959)

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En el trato con los demás
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Hablemos bien de los demás
Practicad el hábito de hablar bien de los demás. Pensad en las
buenas cualidades de aquellos a quienes tratáis, y fijaos lo menos
posible en sus faltas y errores. Cuando sintáis la tentación de la-
mentar lo que alguien haya dicho o hecho, alabad algo de su vida
y carácter. Cultivad el agradecimiento. Alabad a Dios por su amor
admirable de haber dado a Cristo para que muriera por nosotros.
Nada sacamos con pensar en nuestros agravios. Dios nos invita a
meditar en su misericordia y amor incomparables, para que seamos
movidos a alabarle.
Los que trabajan fervorosamente no tienen tiempo para fijarse
en las faltas ajenas. No podemos vivir de las cáscaras de las faltas o
errores de los demás. Hablar mal es una maldición doble, que recae
más pesadamente sobre el que habla que sobre el que oye. El que
esparce las semillas de la disensión y la discordia cosecha en su
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propia alma los frutos mortíferos. El mero hecho de buscar algo
malo en otros desarrolla el mal en los que lo buscan. Al espaciarnos
en los defectos de los demás nos transformamos a la imagen de
ellos. Por el contrario, mirando a Jesús, hablando de su amor y de la
perfección de su carácter, nos transformamos a su imagen. Mediante
la contemplación del elevado ideal que él puso ante nosotros, nos
elevaremos a una atmósfera pura y santa, hasta la presencia de Dios.
Cuando permanecemos en ella brota de nosotros una luz que irradia
sobre cuantos se relacionan con nosotros.
En vez de criticar y condenar a los demás, decid: “Tengo que
consumar mi propia salvación. Si coopero con el que quiere salvar
mi alma, debo vigilarme a mí mismo con diligencia. Debo eliminar
de mi vida todo mal. Debo vencer todo defecto. Debo ser una nueva
criatura en Cristo. Entonces, en vez de debilitar a los que luchan
contra el mal, podré fortalecerlos con palabras de aliento.” Somos
por demás indiferentes unos con otros. Demasiadas veces olvidamos
que nuestros compañeros de trabajo necesitan fuerza y estímulo. No
dejemos de reiterarles el interés y la simpatía que por ellos sentimos.
Ayudémosles con nuestras oraciones y dejémosles saber que así
obramos.
No todos los que dicen trabajar por Cristo son discípulos verda-
deros. Entre los que llevan su nombre y se llaman sus obreros, hay