Desarrollo y servicio
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dinero hubiera podido comprarse la salvación del hombre, cuán fácil
hubiera sido realizarla por Aquel que dice: “Mía es la plata, y mío
el oro.”
Hageo 2:8
. Pero el pecador no podía ser redimido sino por
la preciosa sangre del Hijo de Dios. Los que, dejando de apreciar
tan admirable sacrificio, se retraen del servicio de Cristo, perecerán
en su egoísmo.
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En la vida de Cristo, todo quedó subordinado a su obra, la gran
obra de redención que vino a cumplir. Y este mismo celo, esta
misma abnegación, este mismo sacrificio, esta misma sumisión a
las exigencias de la Palabra de Dios, han de manifestarse en sus
discípulos.
Sinceridad de propósito
Todo aquel que acepte a Cristo como a su Salvador personal
anhelará tener el privilegio de servir a Dios. Al considerar lo que
el Cielo ha hecho por él, su corazón se sentirá conmovido de un
amor sin límites y de agradecida adoración. Ansiará manifestar su
gratitud dedicando sus capacidades al servicio de Dios. Anhelará
demostrar su amor por Cristo y por los hombres a quienes Cristo
compró. Deseará pasar por pruebas, penalidades y sacrificios.
El verdadero obrero de Dios trabajará lo mejor que pueda, por-
que así podrá glorificar a su Maestro. Obrará bien para satisfacer las
exigencias de Dios. Se esforzará por perfeccionar todas sus facul-
tades. Cumplirá todos sus deberes como para con Dios. Su único
deseo será que Cristo reciba homenaje y servicio perfecto.
Hay un cuadro que representa un buey parado entre un arado
y un altar, con la inscripción: “Dispuesto para uno u otro”: para
trabajar duramente en el surco o para servir de ofrenda en el altar
del sacrificio. Tal es la actitud de todo verdadero hijo de Dios: ha de
estar dispuesto a ir donde el deber lo llame, a negarse a sí mismo y a
sacrificarse por la causa del Redentor.
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