Página 36 - El Ministerio de Curacion (1959)

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El Ministerio de Curacion
misterios adquiría conocimiento al procurar comprenderlos. Estudia-
ba la Palabra de Dios, y sus horas más felices eran las que, terminado
el trabajo, podía pasar en el campo, meditando en tranquilos valles
y en comunión con Dios, ora en la falda del monte, ora entre los
árboles de la selva. El alba le encontraba a menudo en algún retiro,
sumido en la meditación, escudriñando las Escrituras, o en oración.
Con su canto daba la bienvenida a la luz del día. Con himnos de
acción de gracias amenizaba las horas de labor, y llevaba la alegría
del cielo a los rendidos por el trabajo y a los descorazonados.
En el curso de su ministerio, Jesús vivió mucho al aire libre. Allí
dió buena parte de sus enseñanzas mientras viajaba a pie de poblado
en poblado. Para instruir a sus discípulos, huía frecuentemente del
tumulto de la ciudad a la tranquilidad del campo, que estaba más en
armonía con las lecciones de sencillez, fe y abnegación que quería
darles. Bajo los árboles de la falda del monte, a poca distancia del
mar de Galilea, llamó a los doce al apostolado, y pronunció el sermón
del monte.
Agradaba a Cristo reunir el pueblo en torno suyo, al raso, en
un verde collado, o a orillas del lago. Allí, rodeado de las obras
de su propia creación, podía desviar los pensamientos de la gente
de lo artificioso a lo natural. En el crecimiento y desarrollo de la
naturaleza se revelaban los principios de su reino. Al alzar la vista
hacia los montes de Dios y al contemplar las maravillosas obras de
su mano, los hombres podían aprender valiosas lecciones de verdad
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divina. En días venideros las lecciones del divino Maestro les serían
repetidas por las cosas de la naturaleza. La mente se elevaría y el
corazón hallaría descanso.
A los discípulos asociados con él en su obra les permitía a menu-
do que visitaran sus casas y descansaran; pero en vano se empeñaban
en distraerle de sus trabajos. Sin cesar atendía a las muchedumbres
que a él acudían, y por la tarde, o muy de madrugada, se encaminaba
hacia el santuario de las montañas en busca de comunión con su
Padre.
Muchas veces sus trabajos incesantes y el conflicto con la hosti-
lidad y las falsas enseñanzas de los rabinos le dejaban tan exhausto
que su madre y sus hermanos, y aun sus discípulos, temían por su
vida. Pero siempre que volvía de las horas de oración que ponían
término al día de trabajo, notaban en su semblante la expresión de