El toque de la fe
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casual difiere del contacto de la fe. La mera creencia en Cristo como
Salvador del mundo no imparte sanidad al alma. La fe salvadora no
es un simple asentimiento a la verdad del Evangelio. La verdadera
fe es la que recibe a Cristo como un Salvador personal. Dios dió a su
Hijo unigénito, para que
yo,
mediante la fe en él, “no perezca, mas
tenga vida eterna.”
Juan 3:16 (VM)
. Al acudir a Cristo, conforme a
su palabra, he de creer que recibo su gracia salvadora. La vida que
ahora vivo, la debo vivir “en la fe del Hijo de Dios, el cual
me
amó,
y se entregó a sí mismo por
mí
.”
Gálatas 2:20
.
Muchos consideran la fe como una opinión. La fe salvadora es
una transacción, por la cual los que reciben a Cristo se unen en un
pacto con Dios. Una fe viva entraña un aumento de vigor y una
confianza implícita que, por medio de la gracia de Cristo, dan al
alma un poder vencedor.
La fe es más poderosa que la muerte para vencer. Si logramos
que los enfermos fijen sus miradas con fe en el poderoso Médico,
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veremos resultados maravillosos. Esto vivificará tanto al cuerpo
como al alma.
Al trabajar en pro de las víctimas de los malos hábitos, en vez
de señalarles la desesperación y ruina hacia las cuales se precipitan,
dirigid sus miradas hacia Jesús. Haced que se fijen en las glorias
de lo celestial. Esto será más eficaz para la salvación del cuerpo y
del alma que todos los terrores del sepulcro puestos delante del que
carece de fuerza y aparentemente de esperanza.
“Por su misericordia nos salvó”
El siervo de cierto centurión yacía enfermo de parálisis. Entre
los romanos los siervos eran esclavos, comprados y vendidos en
los mercados, y muchas veces eran tratados con crueldad; pero este
centurión quería entrañablemente a su siervo y anhelaba que se res-
tableciese. Creía que Jesús podía sanarlo. No había visto al Salvador,
pero las noticias que acerca de él había recibido le inspiraron fe en
él. A pesar del formalismo de los judíos, este romano estaba con-
vencido de que la religión de éstos era superior a la suya. Ya había
cruzado las vallas del prejuicio y odio nacionales que separaban a
conquistadores y conquistados. Había manifestado respeto por el
servicio de Dios, y había usado de bondad con los judíos adoradores