Página 45 - El Ministerio de Curacion (1959)

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El toque de la fe
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que todos le miran, todo lo olvida. No piensa más que en la bendita
esperanza de curación.
Es un espectáculo repulsivo. La enfermedad ha hecho en él ho-
rrorosos estragos y da miedo mirar su cuerpo en descomposición. Al
verle, la gente retrocede. Aterrorizados, se atropellan unos a otros
para rehuir su contacto. Algunos procuran evitar que se acerque a
Jesús, mas en vano. El no los ve ni los oye, ni advierte sus expresio-
nes de repulsión. No ve más que al Hijo de Dios ni oye otra voz sino
la que da vida a los moribundos.
Abriéndose paso hasta Jesús, se arroja a sus pies, clamando:
“Señor, si quisieres, puedes limpiarme.”
Jesús le contesta: “Quiero; sé limpio,” y pone su mano sobre él.
Mateo 8:2, 3
.
Al instante se produce un cambio en el leproso. Su sangre se
purifica, sus nervios recuperan la sensibilidad perdida, sus músculos
se fortalecen. La pálida tez, propia del leproso, desaparece, caen las
escamas de la piel, y su carne se vuelve como la de un niño.
Si los sacerdotes se hubiesen enterado de cómo se produjo la
curación del leproso, podrían haberse dejado inducir por el odio que
profesaban a Cristo al punto de dar una sentencia injusta acerca de
dicha curación. Jesús deseaba obtener una decisión imparcial. Por
lo tanto, encargó al hombre que no contara a nadie su curación, sino
que se presentara sin demora en el templo con una ofrenda, antes que
se divulgara cualquier rumor acerca del milagro. Antes que pudieran
los sacerdotes aceptar la ofrenda, debían examinar al que la traía y
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certificar su completo restablecimiento.
El examen se hizo. Los sacerdotes que habían condenado al
leproso al destierro certificaron su curación. El hombre sanado fué
devuelto a su familia y a la sociedad. Tenía por preciosísimo el don
de la salud. Se alegraba en el vigor de la virilidad, y por haber sido
restituido a los suyos. A pesar del encargo que le hiciera Jesús, no
pudo callar su curación y, lleno de gozo, divulgó el poder de Aquel
que le había sanado.
Al acercarse a Jesús, este hombre estaba lleno de lepra. La pon-
zoña mortal había penetrado todo su cuerpo. Los discípulos querían
evitar que su Maestro le tocara, pues el que tocaba a un leproso
quedaba también inmundo. Pero al poner la mano sobre él, Jesús
no se contaminó. La lepra fué limpiada. Así sucede con la lepra