La curación del alma
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se compadece Jehová de los que le temen.
Porque él conoce nuestra condición;
acuérdase que somos polvo.”
Salmos 103:1-14
.
“¿Quieres ser sano?”
“Hay en Jerusalem a la puerta del ganado un estanque, que
en hebraico es llamado Bethesda, el cual tiene cinco portales. En
éstos yacía multitud de enfermos, ciegos, cojos, secos, que estaban
esperando el movimiento del agua.”
Juan 5:2, 3
.
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En ciertos momentos las aguas de aquel estanque eran agitadas,
y creíase comúnmente que esto era resultado de un poder sobrena-
tural, y que el primero que se sumergiera en el estanque, después
del movimiento de las aguas, sanaría de cualquier enfermedad que
tuviera. Centenares de enfermos acudían a aquel lugar; pero eran
tantos que cuando el agua era agitada se precipitaban unos sobre
otros y pisoteaban a hombres, mujeres y niños más débiles que ellos.
Muchos no podían acercarse al estanque, y otros que habían conse-
guido alcanzarlo morían en la orilla. Se habían construído algunos
cobertizos alrededor del estanque, para proteger a los enfermos del
calor del día y del relente de la noche. Algunos pernoctaban bajo
los portales, apiñándose en la orilla del estanque día tras día, con la
vana esperanza de obtener alivio.
Hallábase Jesús en Jerusalén. Andando solo, en aparente me-
ditación y oración, llegó al estanque. Vió a los pobres dolientes
que esperaban lo que suponían ser su única probabilidad de sanar.
Anhelaba ejercer su poder curativo y sanar a todos los que sufrían.
Pero era sábado. Multitudes iban al templo para adorar, y él sabía
que un acto de curación tal excitaría de tal manera el prejuicio de
los judíos que abreviaría su obra.
Pero el Salvador vió un caso de miseria suprema. Era el de un
hombre que había estado imposibilitado durante treinta y ocho años.
Su enfermedad era en gran parte resultado de sus malos hábitos y
considerada como castigo de Dios. Solo y sin amigos, sintiéndose
excluído de la misericordia divina, el enfermo había sufrido largos
años. Cada vez que se esperaba el movimiento del agua, los que
se compadecían de su desamparo lo llevaban a los portales; pero
en el momento propicio no tenía a nadie para ayudarle a entrar.