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El Ministerio de Curacion
“Vete, y no peques más”
La fiesta de los tabernáculos había concluído. Los sacerdotes y
rabinos de Jerusalén habían sido derrotados en sus maquinaciones
contra Jesús, y a la caída de la tarde, “fuése cada uno a su casa. Y
Jesús se fué al monte de las Olivas.”
Juan 7:53
;
8:1
.
Dejando la agitación y el bullicio de la ciudad, las afanadas
muchedumbres y los traicioneros rabinos, Jesús se apartó a la tran-
quilidad de los olivares, donde podía estar a solas con Dios. Pero
temprano por la mañana volvió al templo, y al ser rodeado por la
gente, se sentó y les enseñó.
Pronto fué interrumpido. Un grupo de fariseos y escribas se le
acercó, arrastrando a una mujer aterrorizada, a la que acusaban acer-
bamente de haber quebrantado el séptimo mandamiento. Habiéndola
empujado hasta la presencia de Jesús, dijeron a éste con hipócrita
manifestación de respeto: “Maestro, esta mujer ha sido tomada en el
mismo hecho, adulterando; y en la ley Moisés nos mandó apedrear
a las tales; tú pues, ¿qué dices?”
Vers. 4, 5
.
Su falsa reverencia ocultaba una artera intriga para arruinarle. Si
Jesús absolvía a la mujer, se le podría acusar de haber despreciado la
ley de Moisés. Si declaraba a la mujer digna de muerte, se le podría
acusar ante los romanos de haberse arrogado una autoridad que sólo
a éstos pertenecía.
Jesús miró la escena: la temblorosa víctima avergonzada, los
dignatarios de rostro duro, sin rastros de compasión humana. Su es-
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píritu de pureza inmaculada sentía repugnancia por este espectáculo.
Sin dar señal de haber oído la pregunta, se agachó y, fijos los ojos
en el suelo, se puso a escribir en el polvo.
Impacientes ante la demora y la aparente indiferencia de Jesús,
los delatores se acercaron, para imponer el asunto a su atención. Pero
cuando sus ojos, siguiendo los de Jesús, cayeron sobre el pavimento a
sus pies, callaron. Allí, trazados delante de ellos, estaban los secretos
culpables de su propia vida.
Enderezándose y fijando sus ojos en los ancianos maquinado-
res, Jesús dijo: “El que de
vosotros
esté sin pecado, arroje contra
ella la piedra el primero.”
Vers. 7
. Y volviéndose a inclinar, siguió
escribiendo.