Página 58 - El Ministerio de Curacion (1959)

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El Ministerio de Curacion
Jesús no quiere que los comprados a tanto precio sean juguete
de las tentaciones del enemigo. No quiere que seamos vencidos ni
que perezcamos. El que dominó los leones en su foso, y anduvo
con sus fieles testigos entre las llamas, está igualmente dispuesto a
obrar en nuestro favor para refrenar toda mala propensión de nuestra
naturaleza. Hoy está ante el altar de la misericordia, presentando a
Dios las oraciones de los que desean su ayuda. No rechaza a ningún
ser humano lloroso y contrito. Perdonará sin reserva a cuantos acu-
dan a él en súplica de perdón y restauración. A nadie dice todo lo
que pudiera revelar, sino que exhorta a toda alma temblorosa a que
cobre ánimo. Todo el que quiera puede valerse de la fuerza de Dios,
y hacer la paz con él, y el Señor la hará también.
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A las almas que se vuelven a él en busca de amparo, Jesús las
levanta sobre toda acusación y calumnia. Ningún hombre ni ángel
maligno puede incriminar a estas almas. Cristo las une con su propia
naturaleza divina y humana. Están al lado de Aquel que lleva los
pecados, en la luz procedente del trono de Dios.
La sangre de Jesucristo “limpia de todo pecado.”
1 Juan 1:7
.
“¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica.
¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aún, el
que también resucitó, quien además está a la diestra de Dios, el que
también intercede por nosotros.”
Romanos 8:33, 34
.
Cristo demostró su completa autoridad sobre los vientos y las
olas, así como sobre los endemoniados. El que apaciguó la tempestad
y sosegó el agitado mar, dirigió palabras de paz a los intelectos
perturbados y dominados por Satanás.
En la sinagoga de Capernaúm estaba Jesús hablando de su misión
de libertar a los esclavos del pecado. De pronto fué interrumpido
por un grito de terror. Un loco hizo irrupción de entre la gente,
clamando: “Déjanos; ¿qué tenemos contigo, Jesús Nazareno? ¿has
venido a destruirnos? Yo te conozco quién eres, el Santo de Dios.”
Lucas 4:34
.
Jesús reprendió al demonio diciendo: “Enmudece, y sal de él.
Entonces el demonio, derribándole en medio, salió de él, y no le
hizo daño alguno.”
Vers. 35
.
La causa de la aflicción de este hombre residía también en su
propia conducta. Le habían fascinado los placeres del pecado, y pen-
só hacer de la vida un gran carnaval. La intemperancia y la frivolidad