Página 63 - El Ministerio de Curacion (1959)

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Salvados para servir
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se volvieron repentinamente benignos. Se aquietaron las manos
manchadas de sangre y los hombres elevaron alegremente sus voces
en alabanza a Dios.
Mientras tanto, los demonios, echados de su habitación humana,
habían entrado en una piara de cerdos y la habían arrastrado a
la destrucción. Los guardianes de los cerdos corrieron a difundir
la noticia, y el pueblo entero se agolpó alrededor de Jesús. Los
dos endemoniados habían aterrorizado la comarca. Ahora están
vestidos y en su sano juicio, sentados a los pies de Jesús, escuchando
sus palabras y glorificando el nombre de Aquel que los ha sanado.
Pero la gente que presencia esta maravillosa escena no se regocija.
La pérdida de los cerdos le parece de mayor importancia que la
liberación de estos cautivos de Satanás. Aterrorizada, rodea a Jesús
para instarle a que se aparte de allí; y él, cediendo a sus ruegos, se
embarca en seguida para la ribera opuesta.
El sentimiento de los endemoniados curados es muy diferente.
Ellos desean la compañía de su Libertador. Con él se sienten seguros
de los demonios que atormentaron su vida y agostaron su virilidad.
Cuando Jesús está por subir al barco, se mantienen a su lado, y
arrodillándose, le ruegan que los guarde cerca de él, donde puedan
escuchar siempre sus palabras. Pero Jesús les recomienda que vayan
a sus casas y cuenten cuán grandes cosas el Señor ha hecho por
ellos.
Tienen una obra que hacer: ir a hogares paganos y hablar de la
bendición que recibieron de Jesús. Les resulta duro separarse del
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Salvador. Les asediarán seguramente grandes dificultades en su trato
con sus compatriotas paganos. Y su largo aislamiento de la sociedad
parece haberlos inhabilitado para la obra que él les ha indicado. Pero
tan pronto como Jesús les señala su deber, están listos para obedecer.
No sólo hablaron de Jesús a sus familias y vecinos, sino que fue-
ron por toda Decápolis, declarando por doquiera su poder salvador,
y describiendo cómo los había librado de los demonios.
Aunque los habitantes de Gádara no habían recibido a Jesús, él
no los dejó en las tinieblas que habían preferido. Cuando le pidieron
que se apartase de ellos, no habían oído sus palabras. Ignoraban lo
que rechazaban. Por lo tanto, les mandó luz por medio de personas
a quienes no se negarían a escuchar.