Página 79 - El Ministerio de Curacion (1959)

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La cooperación de lo divino con lo humano
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la paz de Cristo llena su corazón, y la salud espiritual que recibe es
como mano auxiliadora de Dios que restaura la salud del cuerpo.
Al atender al enfermo, el médico encuentra a menudo oportu-
nidad para desempeñar su ministerio entre los amigos del afligido,
quienes al velar cerca del lecho de dolor y verse incapaces de evitarle
un solo tormento de angustia, sienten ablandarse sus corazones. Mu-
chas veces confiesan al médico las penas que ocultan a los demás.
Ha llegado entonces la oportunidad para dirigir la atención de los
afligidos hacia Aquel que invita a los cansados y cargados a acudir
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a él. A menudo se puede orar entonces por ellos y con ellos, para
presentar sus necesidades al que sana todos los dolores y alivia todas
las penas.
Las promesas de Dios
El médico tiene preciosas oportunidades para recordar a sus
pacientes las promesas de la Palabra de Dios. Debe sacar del tesoro
cosas nuevas y viejas y pronunciar aquí y allí las anheladas palabras
de consuelo y enseñanza. Haga el médico de modo que su mente sea
un depósito de pensamientos refrigerantes. Estudie con diligencia
la Palabra de Dios, para familiarizarse con sus promesas. Aprenda
a repetir las palabras de consuelo que Cristo pronunció en el curso
de su ministerio terrenal, cuando enseñaba a la gente y sanaba a los
enfermos. Debería hablar de las curaciones realizadas por Cristo,
así como de su ternura y amor. No deje nunca de encaminar el
pensamiento de sus pacientes hacia Cristo, el supremo Médico.
El mismo poder que Cristo ejerció cuando andaba entre los hom-
bres se encuentra en su Palabra. Con ella curaba las enfermedades y
echaba fuera demonios; con ella sosegaba el mar y resucitaba a los
muertos; y el pueblo atestiguó que su palabra iba revestida de poder.
El predicaba la Palabra de Dios, la misma que había dado a conocer
a todos los profetas y maestros del Antiguo Testamento. La Biblia
entera es una manifestación de Cristo.
Las Escrituras deben recibirse como palabra que Dios nos dirige,
palabra no meramente escrita sino hablada. Cuando los afligidos
acudían a Cristo, discernía él, no sólo a los que pedían ayuda, sino
a todos aquellos que en el curso de los siglos acudirían a él con las
mismas necesidades y la misma fe. Al decirle al paralítico: “Confía,