Página 84 - El Ministerio de Curacion (1959)

Basic HTML Version

80
El Ministerio de Curacion
Los remedios naturales
El aire puro, el sol, la abstinencia, el descanso, el ejercicio, un
régimen alimenticio conveniente, el agua y la confianza en el poder
divino son los verdaderos remedios. Todos debieran conocer los
agentes que la naturaleza provee como remedios, y saber aplicar-
los. Es de suma importancia darse cuenta exacta de los principios
implicados en el tratamiento de los enfermos, y recibir una instruc-
ción práctica que le habilite a uno para hacer uso correcto de estos
conocimientos.
El empleo de los remedios naturales requiere más cuidados y
esfuerzos de lo que muchos quieren prestar. El proceso natural
de curación y reconstitución es gradual y les parece lento a los
impacientes. El renunciar a la satisfacción dañina de los apetitos
impone sacrificios. Pero al fin se verá que, si no se le pone trabas,
la naturaleza desempeña su obra con acierto y los que perseveren
en la obediencia a sus leyes encontrarán recompensa en la salud del
cuerpo y del espíritu.
Muy escasa atención se suele dar a la conservación de la salud.
Es mucho mejor prevenir la enfermedad que saber tratarla una vez
contraída. Es deber de toda persona, para su propio bien y el de la
humanidad, conocer las leyes de la vida y obedecerlas con toda con-
ciencia. Todos necesitan conocer el organismo más maravilloso: el
cuerpo humano. Deberían comprender las funciones de los diversos
[90]
órganos y como éstos dependen unos de otros para que todos actúen
con salud. Deberían estudiar la influencia de la mente en el cuerpo,
la del cuerpo en la mente, y las leyes que los rigen.
No se nos recordará demasiado que la salud no depende del
azar. Es resultado de la obediencia a la ley. Así lo reconocen quienes
participan en deportes atléticos y pruebas de fuerza, pues se preparan
con todo esmero y se someten a un adiestramiento cabal y a una
disciplina severa. Todo hábito físico queda regularizado con el mayor
cuidado. Bien saben que el descuido, el exceso, o la indolencia, que
debilitaran o paralizaran algún órgano o alguna función del cuerpo,
provocarían la derrota.