Página 87 - El Ministerio de Curacion (1959)

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El médico educador
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Cristo vino a este mundo y vivió conforme a la ley de Dios
para que el hombre pudiera dominar perfectamente las inclinaciones
naturales que corrompen el alma. El es el Médico del alma y del
cuerpo y da la victoria sobre las pasiones guerreantes. Ha provisto
todo medio para que el hombre pueda poseer un carácter perfecto.
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Al entregarse uno a Cristo, la mente se sujeta a la dirección de la
ley; pero ésta es la ley real, que proclama la libertad a todo cautivo.
Al hacerse uno con Cristo, el hombre queda libre. Sujetarse a la
voluntad de Cristo significa ser restaurado a la perfecta dignidad de
hombre.
Obedecer a Dios es quedar libre de la servidumbre del pecado y
de las pasiones e impulsos humanos. El hombre puede ser vencedor
de sí mismo, triunfar de sus propias inclinaciones, de principados
y potestades, de los “señores del mundo, gobernadores de estas
tinieblas,” y de las “malicias espirituales en los aires.”
Efesios 6:12
.
En ninguna parte se necesita más esta enseñanza, ni resultará de
más beneficio, que en el hogar. Los padres contribuyen a echar los
fundamentos de los hábitos y del carácter. Para comenzar la reforma,
deben presentar los principios de la ley de Dios como factores que
influyen en la salud física y moral. Deben enseñar que la obediencia
a la Palabra de Dios es nuestra única salvaguardia contra los males
que arrastran al mundo a la destrucción. Hay que hacer resaltar la
responsabilidad de los padres, no sólo para consigo mismos, sino
para con sus hijos, pues les dan el ejemplo de la obediencia o el de
la transgresión. Por su ejemplo y su enseñanza, deciden la suerte de
sus familias. Los hijos serán lo que sus padres los hagan.
Poder del ejemplo
Si los padres pudieran seguir el rastro del resultado de su acción,
y ver cómo por medio de su ejemplo y enseñanza perpetúan y au-
mentan el poder del pecado o el de la justicia, no hay duda de que
se produciría un cambio. Muchos volverían la espalda a la tradición
y la costumbre, y aceptarían los principios divinos de la vida.
El médico que desempeña su ministerio en los hogares, velando
a la cabecera del enfermo, aliviando su angustia, sacándolo del
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borde del sepulcro, e infundiendo esperanza al moribundo, se granjea
extraordinariamente su confianza y cariño. Ni aun al ministro del