Página 89 - El Ministerio de Curacion (1959)

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El médico educador
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paciente? Mientras siga él mismo usando tales cosas, ¿cómo podrá
convencer a los jóvenes de que ellas tienen efectos perniciosos?
¿Cómo puede el médico dar ejemplo de pureza y de dominio
propio? ¿Cómo puede ser agente eficaz en la causa de la temperan-
cia, si se entrega a un hábito vicioso? ¿Cómo puede desempeñar
provechoso servicio junto al lecho del enfermo y del moribundo,
cuando su hálito ofende por estar cargado con el olor del alcohol o
del tabaco?
Mientras siga trastornando sus nervios y anublando su cerebro
con venenos narcóticos, ¿cómo podrá corresponder a la confianza
que en él se deposita como médico entendido? ¡Cuán imposible le
resultará diagnosticar con rapidez u obrar con precisión!
Si no respeta las leyes que rigen su propio ser, si prefiere sus
apetitos a la salud de su mente y cuerpo, ¿no se declara inhabilitado
para que le sea confiada la custodia de vidas humanas ?
Por muy entendido y concienzudo que sea el médico, hay en la
práctica de su vocación mucho que parece desaliento y derrota. Es
frecuente que su obra no logre lo que él anhela efectuar. Aunque sus
pacientes recobren la salud, puede ser que esto no reporte beneficio
verdadero para ellos ni para el mundo. Muchos recuperan la salud
para volver a los malos hábitos que provocaron la enfermedad. Con
el mismo ardor que anteriormente, vuelven a sumirse en el ambiente
de concupiscencia e insensatez. Lo que el médico hizo en su favor
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parece esfuerzo perdido.
Otro tanto le pasó a Cristo, pero él no cesó en los esfuerzos
que hacía aunque fuese por una sola alma doliente. Entre los diez
leprosos limpiados, uno solo supo apreciar tan hermoso don, y el tal
era samaritano. Por amor a él, Cristo sanó a los diez. Si el médico no
obtiene mejor éxito que el que obtuvo nuestro Salvador, aprenda la
lección del Médico principal. De Cristo está escrito: “No se cansará,
ni desmayará.” “Del trabajo de su alma verá y será saciado.”
Isaías
42:4
;
53:11
.
Aunque hubiera habido una sola alma dispuesta a aceptar el
Evangelio de su gracia, para salvarla Cristo hubiera escogido su
vida de penas y humillaciones y su muerte ignominiosa. Si por
medio de nuestros esfuerzos conseguimos que un solo ser humano
se levante, ennoblezca y prepare para brillar en los atrios del Señor,
¿no tendremos motivos de gozo?