Página 90 - El Ministerio de Curacion (1959)

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El Ministerio de Curacion
Arduos y fatigosos son los deberes del médico. Para desempe-
ñarlos con el mayor éxito necesita una constitución vigorosa y salud
robusta. Un hombre débil o enfermizo no puede soportar la peno-
sa labor propia de la profesión médica. El que carece de perfecto
dominio de sí mismo no es apto para habérselas con toda clase de
enfermedades.
Necesita fuerza espiritual
Carente muchas veces de tiempo para dormir y aun para comer,
privado en gran parte de los goces sociales y los privilegios religio-
sos, parecería que el médico debe vivir bajo una sombra continua.
Las aflicciones que presencia, los mortales que demandan auxilio,
su trato con los depravados, indisponen su corazón y casi destruyen
su confianza en la humanidad.
En la lucha contra la enfermedad y la muerte, empeña hasta lo
sumo todas sus energías. La reacción que resulta de tan tremendo
esfuerzo prueba duramente el carácter. Entonces es cuando la ten-
tación ejerce su mayor poder. Más que los hombres dedicados a
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cualquier otra vocación, necesita el médico dominio de sí mismo,
pureza de espíritu, y aquella fe que se aferra del Cielo. Por amor a
los demás y a sí mismo, no puede pasar por alto las leyes físicas. La
temeridad en los hábitos físicos favorece la temeridad en los asuntos
morales.
En toda circunstancia, el médico hallará su única seguridad en
obrar de acuerdo con los buenos principios, fortalecido y ennoble-
cido por una firmeza de propósito que sólo se encuentra en Dios.
Debe destacarse por la excelencia moral de su carácter. Día tras día,
hora tras hora, a cada momento, ha de vivir como si estuviera en pre-
sencia del mundo invisible. Como hizo Moisés, tiene que perseverar
“viendo al Invisible.”
La justicia tiene su raíz en la piedad. Nadie puede seguir llevando
en medio de sus compañeros una vida pura, llena de fuerza, si no está
escondida con Cristo en Dios. Cuanto mayor sea la actividad entre
los hombres, tanto más íntima debe ser la comunión del corazón con
el Cielo.
Cuanto más imperiosos sus deberes y mayores sus responsa-
bilidades, tanto más necesita el médico del poder divino. Hay que